Hace años que conozco a Fernando, aka «El Búfalo«. Me llamó la atención, por aquel entonces, el viaje que estaba realizando alrededor del mundo en una moto vieja, muy de tirado, y con patrocinios locales. Iba contándolo todo en un blog muy mal diseñado (en realidad era pésimo) con una soltura y un desparpajo muy al estilo Cádiz. Colaboré en darle difusión a su viaje porque el tipo me cayó bien desde el primer momento y me parecía una lástima que la comunidad motorista apenas si supiera de su existencia. Luego, poco a poco, fui conociendo algunos entresijos de su dilatado periplo por el mundo y cuanto más conocía, más me gustaba. Quedé prendado de él. No sé si será por su desvergonzado desparpajo, por esa forma de vivir la vida con aparente despreocupación o por su buen humor casi permanente, pero el caso es que tiene mi devoción garantizada.
Después de un montón de proyectos estrambóticos, alguno un tanto absurdo todo hay que decirlo, me sorprendió con un proyecto benéfico. Y no era una causa solidaria para figurar, que va. No necesitó de grandes viajes ni de palabras grandilocuentes para movilizar a un montón de gente y motivarlos para que aportasen dinero para ayudar a rehabilitación de Alba. No anduvo dando la paliza por las redes sociales con su reto ni necesitó ponerse ninguna careta de salvador. Soltó su desafío en Facebook de sopetón y todos aplaudimos las formas y el fondo. El fondo, ese gran fondo.
Y ahí lo tenemos dando pedal, contándonos que se va a ir a cagar cuando termine el vídeo o que tiene la «caseta» rota. Da igual. Búfalo puede contar cualquier cosa porque tiene mucho de eso que llamamos «inteligencia emocional» y consigue que empaticemos con él desde el primer «pisha». Todo un personaje que no necesita crearse uno impostado para parecer lo que no es. Porque él es así, con su punto de ternura y su carácter atolondrado, con potente imán y su entusiasmo constante, con su falta de previsión y con ese mirar a la vida de frente con la firme convicción de que todo va a salir bien. Y con todo ese montón de altibajos y contradicciones que, sin darnos cuenta, hacen que deseemos que se quede un rato más.
Ánimo Fer, pedalea por mi, viaja, sueña y vuela. De lo otro, ni hablamos.
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