Los asuntos religiosos no es lo que más me preocupa en la vida pero siento respeto por los que practican alguna religión. Creo, al contrario que otras personas, que tener la esperanza de una vida más allá de esta, el esperar un premio a la buena conducta, puede ser un acicate para ser mejores personas. Es una lástima que los seguidores de cualquier religión no la sigan a rajatabla y decidan administrar las enseñanzas de su maestro respectivo a su propia conveniencia.

Bajo esta premisa decidí hacer apostasía y «desbautizarme» de la religión católica por no ser un cínico y tener cierta coherencia. Bien es sabido que todos resultamos ser bastante coherentes si no requiere de mucho esfuerzo. Sin embargo me vi muy capaz de liderar espiritualmente mi propia existencia así que decidí adoptar otra religión para medrar en ella. Claro que ¿cuál escoger? Hay tantas y tan variadas. Cada una con sus dogmas de fe, sus ritos arcaicos, sus tradiciones y sus costumbres entrañables. ¿Qué hacer? Menuda duda existencial. ¿Y si me equivocaba de Dios verdadero y escogía a un dios que no existe? ¿O si escogía al Dios del Mal en lugar de al Dios del Bien? Como no tenía claro cuál es la comunidad religiosa que está en posesión de la verdad omnímoda, me apunté a todas. A través de Internet, la nueva religión de masas, me ordené pastor de la Universal Life Church, la religión que admite cualquier confesión. Viene a ser algo así como una federación de religiones o la religión del Universo. Si hay un dios tienen que acertar por fuerza, porque aquí todos son válidos. Como soy un «bienqueda», decidí que esta sería mi Iglesia y ahora estoy a bien con todos los dioses del orbe. Si los hubiere. Taoistas, quáqueros, judíos ultraortodoxos, adventistas de los últimos días… soy de los vuestros.

Hace unos meses, casi recién estrenado mi nuevo estatus de «pastor», mi amigo Juan comentó que otro de sus amigos, motero también, andaba buscando a alguien que le oficiase su boda celta. La ocasión la pintan calva, pensé. Era la mejor forma de estrenarse en el ministerio y con honores, en una de las múltiples religiones que profeso: el druidismo.

Báculo

Así que, con trece grados de temperatura y el Sagrado Báculo de druida asomando por la parte de atrás de la moto, me encontré viajando hacia las orillas de uno de los ríos de la tierra de los pésicos, imbuido de santidad pagana y con las fuerzas telúricas cargándome de energía vital. Allí iba yo, negociando curvas bajo un pertinaz orbayu, a oficiar una boda de una pareja a la que no conocía de nada. Tan concentrado iba en esta nueva faceta mía que no me atreví ni a poner música por no ofender a Lug, a Taranis, a las Devas, a Belenos o a cualquier otra divinidad del elenco. A pesar de todo iba conduciendo divinamente, todo hay que decirlo.

En qué consiste una boda celta, os preguntaréis. Pues es un rito de unión entre dos personas que se realiza bajo el influjo de los Espíritus de los Cuatro Cuadrantes, bajo la mirada de la Madre Tierra y el Padre Cielo, en comunión con los seres invisibles de la Naturaleza.

En el interior del Círculo Sagrado se juraron amor y respeto ante las deidades paganas y ante los testigos visibles e invisibles. Un druida-motero actuó de intermediario entre lo tangible y lo espiritual.

Boda celta

Después de la ceremonia invitamos a un dios foráneo, Baco, y ya no me acuerdo de mucho más. Cosas de la vida espiritual, ya sabéis.