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Sin llegar al nivel de otras películas visionadas por quien suscribe, Timerider es una obra infame, vaya esto por delante. Es la primera de William Dear y, si por mi fuera, podría haberla obviado tranquilamente.

La trama, bastante plana y por momentos absurda, se centra en el viaje en el tiempo que Lyle Swann (Fred Ward) realiza por accidente. Lyle es un piloto de motocross (de enduro, más bien) que se ve involucrado, sin enterarse (?), en un experimento científico que lo catapulta hasta el año 1877, moto incluida. No podrían enviarlo mucho más atrás porque el bagaje histórico de los EE.UU, al menos el que les gusta contar, no tiene mucho más recorrido así que el protagonista aparece en pleno Oeste Americano. Con estos mimbres se urde una aventura surrealista y bastante absurda, no solo por el hecho de que el piloto no se entere de que ha viajado en el tiempo, sino porque la sucesión de tiros, peleas y persecuciones es un sindios que no aporta nada a la historia que el director pretende contarnos.

(contiene spoiler)

Nada más traspasar la línea espacio temporal, Lyle Swann ya se cepilla a la tía buena (Belinda Bauer) que sí, está muy buena pero descontextualizada y acartonada en su interpretación. Después de esta escena de sexo casto, las incongruencias van en aumento conforme van desfilando más personajes. El protagonista que no huye cuando tiene que huir, los malos que son más tontos de lo habitual, los disparos que siempre yerran… Cine de serie B y escaso presupuesto con ganas de aprovechar el tirón de Regreso al Futuro pero sin los artificios escénicos de esta.

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La moto es una Yamaha XT 500 equipada con algunos trastos de difícil clasificación que el amigo de Lyle había patentado y estaba probando. Hay uno que destaca por encima del resto aunque a decir verdad, no tiene ninguna función útil en el guión. Se trata del precursor de los navegadores GPS pero sin GPS. Consiste en una cinta, una «musicasete» que le va diciendo al piloto por dónde tiene que ir. Algo así como un road book en versión audio. Que también mete la pata porque habla de tener cuidado con los cactus en un desierto que se caracteriza por la ausencia de esta planta.

El casco está cargado de tecnología de dudosa utilidad como un medidor de distancia, visión ampliada, infrarrojos y alguna chorrada más que se me va olvidando. Por supuesto también patentado en el año 1982 por el amigo listo que se parece a Bud Spencer. Me recordó al artículo que escribí sobre los cascos del futuro (que ya los habían pensado en el pasado)

Después de unas cuantas peripecias absurdas llega la escena final en la que aparece un helicóptero enviado por los científicos para rescatar a Swann, al que ya todo aquello le parece muy normal. Es una escena delirante que no voy a describir pero sabed que la chica no se va al futuro, tal y como era de prever, sino que se queda en 1877. Lo mejor viene cuando ella le arrebata el colgante que había sido de la tatarabuela de Lyle y que había pasado de generación en generación hasta llegar a él. Es decir, el protagonista es tataranieto de si mismo. Supongo que por eso es tan idiota.

Bonus Track

No me gustaría olvidarme de la pretenciosa banda sonora, plagada de rifts de guitarra eléctrica y de opresivas oberturas de sintetizador que ponen los pelos de punta y que parecen metidos a calzador. Fue compuesta en 1982 por Michael Nesmith. Pero que no cunda el pánico porque en el año 2000, como regresando de un pasado lejano, Nesmith decidió que sería buena idea reeditarla y sacarla en CD.

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Y sí, claro que recomiendo verla porque seguro que has visto truños peores. Y pagando.