hijos de la anarquiaYo fui de los que descubrió tarde Sons of Anarchy, allá por la tercera o cuarta temporada. Una serie de moteros malos malotes, al más puro estilo americano, no creía que pudiera ser algo que me atrejera demasiado. Qué equivocado estaba.

Quizá antes de presentar la trama de la serie habría que decir que su guionista, director y productor, Kurt Sutter, da vida  de forma esporádica a Otto Delaney, un preso que carga a sus espaldas con tres asesinatos a sangre fría, ha perdido a su esposa junto con un ojo y el 90% de la visión del otro, lo han apalizado en infinidad de ocasiones, se arrancó la lengua a mordiscos y ha sido sodomizado varias veces. Con esta carta de presentación del papel que hace su director el resto de personajes prometen.

La serie, dicen que basada en Hamlet, va de un club de moteros fuera de la ley que trafican con armas, con drogas, están metidos en el mundo del porno, de la prostitución, de la extorsión y del asesinato entre otras lindezas. No es de esas comedias de situación que gustan a toda la familia, desde luego. Es un drama violento en el que las situaciones se complican más y más y en el que los giros del guión resultan sorprendentes. Seguramente sea ahí donde radica el éxito incuestionable que tiene en EE.UU., en que ni es una serie para todos los públicos ni intenta gustar a todo el mundo.

Personajes bien definidos y de complicada psique, relaciones interpersonales de no menos complejidad  e historias de lealtad, de amor y de odios irreconciliables componen la trama de una de las series más adictivas que se emiten en la actualidad, al nivel de Breaking Bad o Los Soprano. Pecados capitales y bajezas morales se unen a conceptos como el honor, la lealtad, la familia… conformando toda una serie de situaciones que, aunque ambientadas en la California del siglo XXI, bien podrían transportarse a cualquier época y a cualquier ámbito, salvando el marco ambiental.

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Hijos de la Anarquía no es una historia de buenos y malos donde tenemos que identificarnos con una serie de referencias morales que identificamos con el bien. Aquí son todos una pandilla de asesinos y delincuentes cuyo único universo de referencia son ellos mismos. Y es ahí donde nos ubicamos cada vez que le damos al play. Nuestra vara de medir son los propios personajes, sus limitaciones y su sentido de lo bueno y lo malo. Con esta premisa nos sentamos y somos capaces de asistir a todo tipo de atrocidades sin que nos planteemos siquiera su idoneidad porque nuestro truculento universo inmediato son las desventuras de cada uno de los protagonistas de la historia.
 
Jax Teller (Charlie Hunnam), deseando imponer orden y regresar a los valores que su padre, el fundador del club había proclamado; Clay Morrow (Ron Perlman) intentando imponer su propia idea de lo que debe ser el club y lleno de ansia de poder; la matriarca, Gemma Teller (Katey Sagal), ejerciendo de elemento aglutinante y abeja reina de la colmena; Tara Knowles (Maggie Siff), la pareja de Jax que supone la conexión con el mundo «normal… Personajes todos de gran fuerza, perfectamente definidos y que, junto con el resto del club y sus enemigos forman un microuniverso absorbente y opresivo que nos mantiene pegados a la pantalla durante horas.
Nos vemos en Charming.