¿Cuántos de vosotros no habéis deseado, aunque sólo sea una vez, dejarlo todo y coger la moto? ¿Cuántos no habéis imaginado un reflejo de vosotros mismos rodando sin destino por carreteras de países ignotos?
El poderoso atractivo de la aventura unido al inconformismo inherente al ser humano nos sume, a veces, en un estado de perpetua incomodidad.
Tenemos lo que siempre habíamos deseado pero, al alcanzarlo, nos dimos cuenta de que lo que queríamos era otra cosa. No es que la situación sea atroz, ni siquiera mala. Vemos crecer a nuestros hijos, tenemos una casa hermosa que compartimos con nuestra pareja, un trabajo aceptable… pero ahora deseamos otra cosa. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Con la moto ocurre otro tanto; luchamos durante meses o años para poder comprar ese modelo, hojeamos revistas, nos quedamos embelesados al verla por la calle… y resulta que ahora, unos años más tarde, cuando la moto está, como quien dice, en rodaje, deseamos cambiarla por otra.
¿Qué nos pasa?
Lo que nos ocurre es que lo que nos proporcionaba el placer no era el objeto en sí mismo sino imaginar el placer de tenerlo. Lo que nos hacía levantarnos cada día con ánimos renovados era el llegar a tener una casa propia, una familia o lo que fuese en cada momento. Pero ahora que ya lo tenemos ha desaparecido la ilusión por tenerlo y necesitamos seguir persiguiendo un sueño para poder sentirnos “vivos”.
Cuando ese anhelo se convierte en una obsesión se corre el riesgo de minusvalorar lo que tenemos y a causa de esa frustración, sentirnos infelices por no llegar a ese otro sueño. En esto mismo se basa el consumismo, en crear en el individuo la necesidad de poseer objetos de forma que crea que son esos objetos los que le van a traer la felicidad.
Sin embargo lo que nos ocurre en realidad es que lo único que traen esos objetos es la necesidad de poseer otros nuevos. No nos damos cuenta de que es el proceso mental que nos lleva al “tener” lo que nos proporciona sensación de felicidad. Una vez que se llega al “tener”, el círculo se completa y es necesario volver a empezar.
Lo vemos todos los días en gente que conocemos y que cambia de moto de forma compulsiva como un reflejo de su propia insatisfacción. Siempre encontrarán la disculpa perfecta: “no era la moto de mis sueños”, “esta es más barata de mantener”, “esta se ajusta más a mis necesidades”… Decenas de explicaciones dadas que en ocasiones sólo esconden una frustración difícil de explicar. Es la insatisfacción perpetua.
El mecanismo del cambio constante de moto es prácticamente el mismo que crea señoras adictas a la tienda, compradoras compulsivas: el placer de estrenar.
Las marcas de automóviles conocen bien este aspecto de la psique humana, tanto que tienen expertos en olores que se pasan el día olfateando plásticos y resinas para conseguir ese característico “olor a nuevo”. Ese excitante y evocador aroma que percibimos el día que estrenamos un coche. Ese olor que quedará en nuestras neuronas, asociado para siempre al placer de estrenar. Es el olor de la felicidad y la emoción.
A causa de unos principios parecidos hay gente que disfruta tanto o más preparando un viaje que viajando. Personas que son capaces de tirarse semanas o meses mirando mapas y rutas para hacer un viaje que, es posible, no les llene tanto como pensaban porque la verdadera gracia del asunto estaba en pensar en hacerlo, no en llevarlo a cabo.
O quienes están deseando emular a cualquiera de los “grandes viajeros” sin darse cuenta de que a las tres semanas de viaje estarán deseando volver a casa porque, el objetivo ya ha sido alcanzado y continuar con ello pierde la gracia.
Pero esto es la vida, un viaje a ninguna parte o, si se prefiere, una ruta llena de pequeños viajes que nos llevan siempre al punto de partida y con un destino final que conocemos de antemano.
Que disfrutes de tus bucles vitales.
Me gusta tu reflexión, por que, es correcta, acertada y motivadora, hace que valore más lo poco que tengo. Gracias por hacer que empiece la semana, bien.
Saludos.
Gracias, me alegro de que te guste. Es una pena que, en ocasiones, los árboles no nos dejen ver el bosque.
A favoritos. Me siento totalmente identificado con el elemento masculino-consumista objeto de este análisis tan acertado.