El cuero negro y la indumentaria motorista no es una imagen ligada en exclusiva al ámbito motero. El heavy metal, ciertos ambientes gays o prácticas sexuales como el sado masoquismo, dominación y bondage, están ligadas al cuero y las hebillas. Lejos de ser un asunto única y exclusivamente estético, el uso del cuero negro va más allá de lo lúdico o sexual en sentido estricto. Supone, como toda pose, una declaración de principios en uno u otro sentido. Hoy vamos a centrarnos en el uso de la estética motorista en ciertos ambientes gays.
Hasta los años cincuenta el prototipo de hombre homosexual se identificaba con la feminidad, la dulzura, el amaneramiento… la “pluma”. Un hombre afeminado y con dejes de mujer cuyos comportamientos eran socialmente reprobados. Estos comportamientos tenían su contrapunto en “la normalidad”, el hombre plenamente heterosexual y de comportamientos estereotipados y sin ambages. Sin embargo los clichés masculinos de la primera mitad del siglo XX sufrieron cambios radicales después de la Segunda Guerra Mundial, al igual que toda la sociedad estadounidense.
Después de la Guerra muchos hombres siguieron cultivando los valores que conocieron en el ejército: la disciplina, el compañerismo, la solidaridad, la jerarquía y muchos continuaron después reuniéndose en torno al vehículo más económico del que había excedentes militares debido a la finalización de la guerra: la moto.
En estos grupos siguieron recreándose los roles de hipermasculinidad basados en la organización castrense, en relaciones de dominación y obediencia y en el cuero como signo de identidad.
Es también en esta época cuando, en la sociedad norteamericana, cambia el sentido de la belleza masculina y la virilidad del macho. Ahora el hombre está más conforme con su cuerpo, moldeado en el ejercicio físico, y revistas como Life y Look muestran al soldado de raza blanca luciendo cuerpos musculosos. La publicidad, el cine y las artes adoptarán esta nueva imagen como patrón de lo viril. La masculinidad se leerá por lo tanto como “no-debilidad” y estará asociada a valores tales como la fuerza, el control, la impasibilidad y la agresividad.
En los sesenta llegó otro tipo de masculinidad, afeminada y blanda, que tuvo al final de la década y principio de los setenta su contestación y regreso a poses de masculinidad ejemplificadas, por ejemplo, en el vaquero de Marlboro, vestido con tejanos, con sombrero Stetson y un marcado carácter independiente. Era uno de los exponentes de un universo masculino en el que no había dudas sobre el rol del macho. Este papel perduró hasta nuestros días y hoy, cuarenta años más tarde, películas como Brokeback Mountain aún hacen que ciertos sectores retrógrados se remuevan incómodos en sus asientos al plantear, de forma abierta, la homosexualidad en ambientes típicamente masculinos y homófobos.
Ya en los ochenta siguen triunfando estereotipos de macho omnipotente que tuvo su espejo en el cine con Terminator (cuero y Harley) que representaba, con su enorme mole de músculos, al más fuerte y viril de todos los machos. Si a esto añadimos la recortada de dos cañones como prolongación de los atributos sexuales tenemos el cóctel completo.
La cultura gay, al mismo tiempo que la heterosexual construía sus roles y sus estereotipos heteropatriarcales alrededor de estos iconos, también construye su propia imagen de masculinidad. Apartados por la cultura hegemónica de estos signos de identidad masculina, se les había dicho que ellos no eran “hombres de verdad” y sin ese acceso a la identidad de género tradicional se vieron obligados a reinventar su forma de presentación.
El estilo de homosexual blando fue desplazado por una versión gay procedente de la masculinidad de los cincuenta, magnificado y parodiado. La imagen de la masculinidad “leather” (cuero) diluye la equiparación de estos iconos con la identidad de género para convertirse en el lado antifemenino de la homosexualidad. Pero, en contra de lo que pueda pensarse, no pretende recuperar una masculinidad arrasada por las mariconas locas, más bien nos muestra la fragilidad de la masculinidad. ¿O si lo pretende? Algunos autores defienden que lo que se persigue es una vuelta al armario con la normalización de comportamientos abierta y exageradamente masculinos.
La estética motera, entroncada, sobre todo, con las relaciones de poder/dominación (incluso lazos homoeróticos) de los grupos de motoristas surgidos después de la Segunda Guerra Mundial, se adecua a la perfección a prácticas sexuales como el sadomasoquismo. Además, el carácter subversivo que tiene el introducir una identidad nueva dentro de los círculos gays.
Pero lo que pretendía ser una seña de identidad ha pasado a ocupar un puesto dentro de la “normalidad” de la que era egregia y ahora se acepta como una conducta sexual más, con su propio merchandising y hasta divertida o morbosa. Y es que, nadie se escapa a las leyes de la mercadotécnia que maneja el poder.
Bibliografía:
La “representación” camp de la masculinidad en la identidad gay-leather. Alfonso Ceballos Muñoz
Excesos de la masculinidad. La cultura “leather” y la cultura de los “osos”. Javier Sáez.
Masculinidades minoritarias y arte de género
Cultivando cuerpos, modelando masculinidades . Begonya Eguix
Gracias a Xuan del Lagar pola idea.
[…] […]
[…] darle un poco de marchilla a sus paseos en dos ruedas llega a nuestra página para encontrarse con La Imagen Icónica del Motorista Gay. Y es que rebosamos […]