Con Riders 5. La venganza
Cuando Vlad me preguntó qué había pasado sentí un pinchazo de pánico. No una sensación lejana y desdibujada sino un miedo atávico y real: Vladimir me daba miedo. Su rostro afilado, sus labios finos y apretados, su mirada de mustélido... Había algo en él que no había visto hasta entonces y que me provocaba turbación y desasosiego. Ahora la verdad se abría paso a empellones y por fin, lo veía todo claro: el bueno de Vlad era un hijo de puta peligroso. El día anterior todo eran risas y vodka, drogas y diversión, pero en aquel momento, mirándole a los ojos, comprobé que dentro de su alma solo había brutalidad y negrura. Él también pareció darse cuenta del efecto que provocaba en mí y se estaba regodeando en ello. Se había dado cuenta de que, como en el resto de los mortales, [...]