Hace más de dos meses que no salimos de ruta en pareja, demasiado tiempo sin el vicio de las dos ruedas. Yo solo, sin Elena, hice algunos viajes, pero no más de 300 km., salidas rápidas por aquello de quitar el mono.

 

Este domingo, después de una dura reprimenda en la que el “no vuelvo a subirme en la moto jamás” sonó como algo más que una amenaza, volvimos a coger la vieja Teneré, (Si Ale, a coger, coger, coger) y salir de ruta planeando el recorrido, como siempre, media hora antes de partir. Barajamos Sanabria y Ourense, pero caímos en la cuenta de que nos quedaba pendiente Fisterra y las Rías Altas con lo que, convenientemente pertrechados, salimos a la carretera en dirección Galicia, (una vez más).

 

En los primeros kilómetros ya marcho feliz como un tierno infante, no solo por el placer de viajar en moto, no solo por el ir enlazando curvas con una dulzura digna del mejor bailarín sino que, además, mi chica va sentada a la grupa, incluso después de haber amenazado con dejar de hacerlo para siempre.

 

Dejamos atrás A Fonsagrada y la AS-28 y nos lanzamos con parsimonia negociando las amplias y nobles curvas de la LU-530 por la que siempre es un placer circular.

 

Nos desplazamos hacia el oeste en pos del Finis Terrae y el sol me da en la cara constantemente. Sobre la moto voy moviendo la cabeza, humillando la testuz y adoptando poses variadas que, si bien no son muy efectivas, mitigan un poco la incidencia de los rayos del sol en mis ojos. Hoy, afortunadamente, estreno en viaje largo un nuevo casco. Se trata de un Airoh S-4 que dispone de visera y eso me facilita un poco las cosas. En honor  a la verdad he de decir que un casco un poco ruidoso y que la pantalla no ajusta demasiado bien, pero creo que cumple con las expectativas. Eso sí, 180 € es un precio un poco por encima de su “valor” real.

 

Voy pensando en mi próxima moto, la Vstrom 650 e indefectiblemente, siento un no-se-qué por dentro. Es una mezcla de ilusión por una parte y de pena al pensar en deshacerme de mi fiel Tenere. Ahora que está bien a mi gusto, con su color mate, sus maletas de aluminio, su rata sobre el depósito siempre vigilante… Ahora que es un prodigio estético me deshago de ella. Como dice Julieta Venegas “(…) que lástima pero adiós, me despido de ti y me voy (…)”. Eso sí, las maletas y la rata, me las quedo.

 

Cerca de Santiago de Compostela nuestra particular peregrinación llega a su cúlmen, al igual que el sol que en su cénit nos ofrece una puesta de sol sobrecogedora. Primero el rosicler y luego los tonos rojizos recortan los montes de eucalipto cercanos a Santiago. Es un espectáculo realmente bello y me da la impresión de que los coches, que circulan en pausada caravana, están más pendientes de la puesta de sol que de la carretera. Circulamos todos como medio extasiados por el panorama.

 

También hace tiempo que no nos tomamos algo en Santiago, pero lo anotamos en la libreta de cosas pendientes, junto con A Costa da Morte, Sanabria y tantos lugares que aún quedan por ver.

 

Son las siete de la tarde y comienza a refrescar, es lo malo que tiene viajar a finales de octubre; en cuanto se va el sol la temperatura baja drásticamente por estos lares.

 

Los últimos treinta kilómetros se nos hacen muy pesados a causa del intenso tráfico del domingo por la tarde, de tal modo que tardamos más de una hora en cubrir la distancia que hay entre Santiago y Noia.

 

Después de tomarnos unos vinos, cenar y recorrer el pueblo en moto nos vamos al hotel a descansar. Todo normal si no fuera porque, nada más meternos en la cama recibimos una llamada de recepción, instándonos a bajar para solucionar un problema de forma urgente. Una vez en recepción me encuentro con que el problema es que me ha cobrado dos veces al pasar la tarjeta. La primera 40 €, lo estipulado; la segunda 400 € (?). La solución que aporta el recepcionista es un tanto rocambolesca. En lugar de anular la operación, el hombre se me deshace en disculpas y me da cuatrocientos euros, implorando mi perdón.

 

Al día siguiente, después de añadir un poco de aceite y dar un repaso general a la Tènèrè, salimos en dirección a Muros y Fisterra, a unos 90 km.  Pasamos por un lugar curioso, el origen de todos los “fulanos”: TAL. A partir de aquí me siento como si formase parte de la película “28 Días Después” en la que un virus ha eliminado a la mayor parte de la población. Aquí todo parece indicar que algo ha borrado todo signo de vida. Atravesamos pueblos fantasmas en los que se intuye que solo el verano y el buen tiempo atraen a la población. El resto del año: vacíos. Esta soledad se ve acrecentada hasta lo sobrecogedor al mirar a los lados de la carretera. Enormes extensiones de monte han sido arrasadas por el fuego y en ellas se levantan, inertes, los esqueletos de pinos y eucaliptos que antaño poblaban la zona. En algunos puntos lo único que detuvo el avance de las llamas fue la falta de combustible: el mar no arde. Muchas casas fueron rodeadas por el fuego y nos imaginamos la angustia de los moradores defendiendo sus propiedades. Definitivamente el corazón se me encoge ante tamaña destrucción, provocada, sin duda, por los que ostentaron el dominio político y social y que se vieron privados de tal condición de la noche a la mañana: Ahí tenéis lo que habéis sembrado, hijos de puta, así lo veáis con los ojos… en las manos.

 

Atravesamos en silencio lo que, hasta el año pasado, era una zona hermosa. El tráfico es casi nulo hasta las cercanías de Cée donde comenzamos a cruzarnos con más vehículos.

 

En Fisterra aprovisionamos nuestra maleta en un supermercado y, después de un paseo por la villa vamos a cumplir con el ritual que no llevamos a cabo hace doce años y pico, en nuestra frustrada luna de miel, la visita al cabo Fisterra, el fin de la tierra conocida. Allí, de nuevo, una mezcla de sentimientos. Por una lado la sempiterna belleza del mar y de las olas rompiendo en el acantilado; por otro la tristeza de la tierra quemada, de la basura de los peregrinos y el estado lamentable del extremo del cabo. Se ha puesto de moda, ignoro cuando, que los peregrinos que llegan hasta aquí dejen algo que les haya acompañado durante el Camino de modo que en la antena de comunicaciones, en la cruz de piedra y una torre metálica, se acumulan restos mugrientos que dan un extraño aspecto, casi fantasmal, a la zona. Otra de las costumbres de esta grey cristiana es quemar las botas que han usado, como si en esta tierra hiciera falta más fuego!. Esto hace que haya restos de hogueras repartidos entre los peñascos que, junto con la ropa y otros efectos basurosos hacen que este rincón de Europa, lugar emblemático donde los haya, se asemeje a un campamento de harapientos abandonado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con esta sensación rara salimos del cabo en dirección a Coruña. A partir de Cée la carretera AC-552 es una maravilla: tráfico escaso y curvas amplias para trazar con parsimonia. Sin más novedad llegamos A Laracha donde, en la gasolinera, decidimos virar al sur, en dirección a Lugo e ir regresando porque se nos hace tarde. Son las cuatro y la opción de seguir a Ribadeo supone unas cuatro o cinco horas más para llegar a casa. Desde A Laracha tomamos la AC-413, una carretera de tercer orden hacia A Silva. En los escasos 10 km que recorremos por esta infecta vía, reparo en que el bosque autóctono ha desaparecido por completo a favor de eucaliptos y pino marítimo. Algunos ejemplares de castaño y roble sobreviven, de forma testimonial entre los monocultivos forestales, testigos mudos de la ignominia cometida con las fragas galegas. En fin, otra carretera poco recomendable sin nada que ofrecer a excepción de explotaciones ganaderas de vacuno y malolientes rollos de silo que, de cuando en cuando, apestan la ruta. Para los críticos apuntar que sí, que comprendo su aporte calórico para las vacas, la economía rural y demás, pero huelen mal. Punto.

 

En A Silva continuamos hacia Ordes, origen del famoso camionero del hormigón, y el paisaje se va tornando más amable, alternando pinos, eucaliptos, castaños y robledales. La carretera también mejora y alegramos un poco el ritmo. Casi sin darnos cuenta volvemos a la N-634 donde la lluvia hace acto de presencia y constato, con cierto desánimo, que mi recién estrenado S4 de Airoh mete agua en mi cara. Los acabados de este casco, en lo tocante a la pantalla, no van muy allá.

 

Y esto es todo, llegamos a casa 150 km más tarde con el culo dolorido y la enorme satisfacción de haber salido un día más a “dar una vuelta en moto”. 650 km y una pegatina más a la maleta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PD: Mientras escribo esto, he hablado con el comprador de mi moto. Vendrá a buscarla dentro de tres días. H
a sido la última salida con mi Yamaha Tenere XTZ 660. Ojalá el nuevo propietario la disfrute tanto como yo y tenga tantas satisfacciones como yo he tenido con ella. Adios pequeña.