Los tiempos viejos, los tiempos buenos.
Recordar los tiempos buenos suele ser un arma de doble filo. Por un lado reconforta volver atrás y recrearse. Por otro lado, causa dolor la certeza de que cualquier tiempo pasado no ha de volver. Pero qué mejor ejercicio que rememorar sensaciones de la infancia y la juventud, que además llevan aparejadas, para siempre, una definición… Este soy yo de muy joven. Pureza: Respirar el aire frío, helado, entre el silencio absoluto de una nevada. Aspirar fuerte, profundo, hasta que casi te dolían las aletillas de la nariz, aguantar el aire, exhalar… Incomodidad: Caminar con una pinza de la ropa en el interior de las sandalias. Eran tan horribles que aún me parece verlas en sueños. Creo que decidí la mortificación como un acto voluntario que me reafirmase en mi odio a las sandalias blancas. Tenía tres años. [...]