A veces me hago preguntas sobre el bien y el mal, sobre lo blanco y lo negro o sobre la verdad y la mentira. Raramente llego a conclusiones que me permitan proseguir por la vida con mínimo discernimiento así que he decidido compartir alguna de mis dudas por si alguna persona ha recibido la iluminación y considera oportuno compartirla.
La reflexión de hoy es, precisamente, sobre la Verdad o la No Verdad (la mentira).
Para ilustrar un poco el asunto y saber lo que es Verdad y lo que no, iremos pergeñando una parábola motera de esas que tanto nos gustan.
Necesitaremos identificar algo como Verdad así que avanzaremos diseñando una Verdad absoluta o, al menos una verdad identificable, admitiendo los hechos como ciertos porque solo son teoría.
“Te gustaba mucho salir de concentraciones, cuando eras chaval. De eso hace cuánto ya ¿treinta años? En aquella ocasión recalaste, solitario, en una de esas fiestorras plagadas de alcohol y otros excesos.
Acodado en la barra del bar esperabas algún tipo de acontecimiento cósmico, sobre todo teniendo en cuenta que te encontrabas muy eufórico y con la percepción de la realidad bastante alterada. Te habían invitado a fumar un chino y, una vez metido en danza seguiste adobándote con rayas y porros. A tu espalda el típico trajín de una concentración de motos: barullo, risas, un casco con se cae al suelo (más risas), música a tope y, en general, ambiente distendido y bullicioso.
Al darte la vuelta tu mirada se cruzó con la de una anodina chica rubia. Estaba con su amiga y parecían bastante cortadas. Tenía diecisiete años y la cara plagada de granos. Su pelo, grasoso y quemado de la plancha, caía sin gracia por delante de los ojos y, de vez en cuando, hacía un giro con la cabeza para apartárselo.
Te acercaste a ella e hiciste una estúpida observación sobre el local. Ella sonrió. Seguiste con algunas obviedades más sobre el pueblo, sobre la concentración y sobre lo mucho que te gustaban las motos. Pronto estabais enfrascados en una conversación banal y mal hilvanada que, sin embargo, a ti te parecía hábil y, por momentos, con algunos destellos de genialidad.
Su amiga se olió el percal y se largó con alguna disculpa.
En poco tiempo estabas palpando sus lorzas a la mínima oportunidad y, unos minutos más tarde, ya os estabais morreando al lado de la puerta del baño.
Con algún que otro traspiés os fuisteis a la pensión y mantuvisteis relaciones sexuales exentas de cualquier atisbo de calidad erótica. Ni siquiera le quitaste el sujetador y ella estuvo encantada de que sus tetas no se desparramasen bajo sus axilas.
Al terminar el acto te dijo que debía irse, que sus padres se preocuparían si llegaba muy tarde a casa pero tu ni siquiera te enteraste, ya estabas dormido. Te dedicó una última mirada de desprecio y volvió a casa.”
Hasta aquí una somero relato de los hechos que, a pesar de estar perlados de alguna apreciación personal, se ciñen a la realidad que estamos inventando con total fidelidad.
Ahora veamos la percepción que tuvo nuestro héroe en esta concatenación de sucesos.
“Me había metido algo de caña pero estaba genial. La tarde había sido estupenda después de haber rodado todo el día con la GPZ. Buen tiempo y buen ambiente motero.
Estaba en uno de los bares de marcha, esperando para pedir un cubata cuando se me acercó una tía. Nuestras miradas se cruzaron y fue como un flechazo. Estaba buenísima. Rubia, con unas tetas de la hostia y un cuerpo espectacular.
Comenzamos a charlar y era como si nos conociésemos de toda la vida. Yo estaba más lúcido que nunca y no dejaba de contarle cosas sobre mi vida en moto y sobre lo hermoso que es viajar.
Poco a poco nos fuimos acercando hasta que nuestros labios se tocaron levemente. Nos besamos con los ojos cerrados y el mundo parecía desaparecer a nuestro alrededor.
Luego nos fuimos al hotel e hicimos el amor, con suavidad, con dulzura.
Ella tendría unos veinticinco años y fue la mujer más hermosa que haya visto en mi vida. Una diosa de perfección sublime.
Al amanecer había desaparecido y nunca más volví a saber de ella. Llevo su recuerdo grabado a fuego en mi corazón.”
Como vemos nuestro protagonista tiene una percepción de la realidad un tanto alterada porque, como digo, los hechos son tal y como los describimos al principio.
Aquí entra el asunto de La Verdad. Parece obvio que lo que nos cuenta el personaje no es La Verdad y que su distorsión de los hechos viene motivada por la ingesta de alcohol y el abuso de las drogas.
Sin embargo hay más actores. La chica podría darnos su versión de los hechos y decirnos que lo que nos acaban de contar no es La Verdad. Pero como ya sabemos La Verdad primigenia vamos a eliminar a la Rubia de la ecuación: la chica y su amiga perecieron en un trágico accidente de tráfico dos años más tarde. Así las cosas, y suponiendo que no hayamos leído La Verdad Incuestionable que hemos relatado antes, solo tendríamos una versión de los hechos, distorsionada y desajustada a lo que realmente sucedió en aquella concentración de motos.
El único testigo y protagonista jura y perjura por su vida, por su honor y por lo más sagrado del Universo que nos dice La Verdad y que todo aconteció tal y como él nos relata.
¿Colegimos, pues, que lo que nos cuenta es La Verdad?
¿Se convierte esta nueva versión de los hechos, que como hemos visto sucedieron de otro modo, en la única Verdad?
¿Puede La Verdad mutar a lo largo del tiempo?
Para no poner un ejemplo tan extremo como el de esta historia, si nos falla la memoria y comenzamos a olvidar detalles de algún acontecimiento, de algo que sólo nosotros podamos relatar, ¿sigue siendo La Verdad? Me refiero a una Verdad matemática a una Verdad descriptible hasta su última partícula.
Y aún se podría ir más lejos… ¿Mi moto es Verdad porque tengo la certeza (aún sin haberlo comprobado) que está aparcada en el bajo de casa o no será verdad hasta que baje la escalera y compruebe que, efectivamente, está aparcada donde la dejé? Quizá hayan entrado a robar esta noche y la moto ya no exista…
Y ya por último, visto lo visto, ¿Puede La Verdad ser contada o experimentada?
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