A veces necesitamos confesar, contar cosas íntimas, hacer un ejercicio de retrospección. Hoy voy a hacerlo. Me tumbo en el diván y te uso como psicólogo anónimo para contarte algunas de mis mierdas. Tienes el poder de darle al botón del stop y mandarme al carajo… no te culparé.
Pero también tendrás que comprender que, de vez en cuando, se me vaya la pinza y use los medios que tengo a mi alcance para hacer un poco de autoterapia.
Tampoco es que suelte aquí todas mis intimidades, pero sí historias mías, cosas que, como a cualquier cuentacuentos, me gusta contar.
Así que, estimado oyente, te pido disculpas de nuevo pero este programa número 180 de Viajo en Moto es mío.
Arranco con algunos temas inconexos que no tienen nada que ver con las motos y sí con mi día a día. Cosas mundanas sin ningún interés.
Luego sigo con tres historias.
En la primera te cuento una aventurilla de Marruecos, un lance de esos que no son más que una anécdota graciosa pero que me hizo sentir muy solo.
La segunda también es una anécdota sin importancia, una de esas que comienzan tranquilas, siguen con “te voy a meter una hostia” y terminan con unas risas. La lección que aprendí con esta segunda anécdota es que ser más prudente y respetuoso con los demás. Nadie nació aprendido, qué le vamos a hacer.
La tercera es la más seria de todas. Es un texto que publiqué hace años en Viajo en Moto y que, en estos días en los que el invierno se me ha caído encima de golpe, me gusta recordar. De esta también obtuve enseñanzas: que soy mucho más resolutivo de lo que pienso y que, cuando vienen mal dadas hay que centrarse y tener la cabeza fría. Quizá eso no sea lo que se desprende del relato, pero te aseguro que, a pesar del mal trago, obtuve un poco más de sabiduría.
Pero si quieres buenas historias es mejor que compres un libro
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