Aún no llevo rodados ni veinte kilómetros y ya comienzo a notar el frío. Delante de mí la quitanieves va abriendo un exiguo camino y dejando ver una tira de asfalto hendida en el paisaje nevado. Voy cómodo. Tanto que adelanto al camión cuando éste me da paso. Ahora circulo por las rodadas. Saludo a dos peregrinos que avanzan penosamente entre la ventisca. De algún modo parecemos solidarizarnos y me devuelven el saludo de forma efusiva. El paisaje está hermoso y yo me alegro de haber tomado la decisión de emprender la ruta.
En realidad no se muy bien a qué voy a Motauros, más allá de saludar a Alex. Hace frío, nieva, la carretera está peligrosa y comienzo a estar un poco harto de estas concentraciones que siempre terminan igual: con resaca y cansancio acumulado. Creo que debo ir pensando en retirarme. Por lo menos de las concentraciones.
Al llegar al Bierzo un sol apocado y tímido se asoma por encima del Morredero y, a pesar de que apenas calienta, el sólo hecho de su presencia me reconforta y me da ánimos. la A6 es aburrida, sobre todo después de pasar el Puerto del Manzanal. A partir de este punto la planicie castellana se adueña de todo condenando al viajero a la monotonía de un paisaje sin sobresaltos. Colores pardos y llanura.
Voy escuchando una de las playlist que elaboré para las fiestas de las Navidades y de vez en cuando se me cuela algún villancico. Sones extemporáneos que se me antojan tan lejanos que apenas si los recuerdo. La Navidad ya está perdida en la noche de los tiempos y, a pesar que que sólo han transcurrido quince días, sólo es un recuerdo difuso, unos días borrosos que se alejan cada vez más. Me gusta la Navidad. Y antes, de chaval, me gustaba aún más. Ese darse abrazos sin ton ni son, esos buenos deseos, la mayoría de las veces bien sinceros, esa predisposición de todo el mundo a la fiesta y a la sonrisa. Es una lástima que no duren más tiempo. O por lo menos, que esos momentos álgidos no sean más largos. Me gustaban de chaval y me gustan ahora pero ya nada es lo mismo. Mis mañanas post-fiesta son menos llevaderas que antaño y la fiesta misma ya no es lo que era. Al igual que todo en el medio rural las fiestas se van deslavazando y perdiendo fuelle de modo tal que cualquier celebración no es más que un remedo del ambientazo de años anteriores.
La moto va fina, fina. Como siempre. Le acabo de cambiar la cadena y los piñones. Esta vez ha durado poquísimo, ni siquiera 20.000 kilómetros. He visto los retenes entre el taco de barrillo grasiento que se forma en el interior de la tapa. Se han caído más de veinte. Allí estaban, como testigos mudos y avergonzados. El caso es que siempre la limpio con queroseno, tal y como recomienda el fabricante. Es queroseno de ese azul, del que se usa para las estufas. Hasta ahora siempre creí que era lo más adecuado pero, visto lo visto, quizá sea mejor mantener una higiene un poco más distraída con la cadena.
También he cambiado el aceite y el filtro. Y un neumático nuevo. Vamos de punta en blanco los dos. Ella con sus repuestos nuevos y yo… Bueno, yo subido en la moto que ya es motivo suficiente para ir contento.
Tengo la inscripción para Motauros. Ya la hice a través de Internet para evitarme colas y esperas pero estoy viendo que no fue buena idea. La única taquilla en la que hay cola este viernes invernal es, precisamente, donde nos entregan la acreditación a los que tenemos la inscripción electrónica.
Una vez instalado, con la tienda perfectamente en orden de revista me dispongo a esperar a Álex y a Nicolás que vienen desde Cataluña. Me llama la atención que haya tantas furgonetas en el interior del recinto de acampada. También alguna autocaravana. No me gusta. No me parece buena idea y creo que los vehículos de cuatro ruedas deberían estar fuera. No sólo por una cuestión de estética motera, sino porque el espacio para acampar no es especialmente enorme y las tiendas quedan muy apretadas. Al menos en la zona en la que he acampado yo.
Definitivamente creo que estoy viejo. Uno de los síntomas típicos de la senectud es la intransigencia y voy por ese camino: cada vez más cascarrabias. Resulta que ahora me molestan los cortes de encendido. Y de eso hay en Motauros. Me molesta el ruido de los escapes bramando a lo loco y lo único que deseo es que se rompa pronto ese motor. Pero nunca ocurre, claro. La última vez que pasó algo divertido con una moto cortando fue hace un montón de años en la concentración de Sanxenxo cuando a un idiota se le quemó la moto entera por calentarla demasiado. Él también terminó en llamas y la situación llegó al paroxismo cuando unos cuantos moteros, de esos rudos con chupa de cuero, intentaban apagarlo a chaquetazos. No se que le dolería más si las quemaduras o los golpes con las chaquetas. Cuando llegó un camarero con un extintor, por la moto ya no se podía hacer nada, estaba totalmente calcinada. Es curioso lo sencillo que resulta pasar de héroe de multitudes a ser un pobre bufón. Aunque, pensándolo bien, seguramente era bufón desde el principio.
Uno de los chavales que ha venido de Lugo está borrachísimo. Durante cinco o diez minutos se dedica a subir el motor de vueltas acelerando en vacío. Fotos, exclamaciones de admiración, ruegos para que se detenga, risas… Luego, cuando termina de hacer ritmos con el escape, tropieza con los vientos de una tienda de campaña y se va a suelo rebozándose entre la arena. Apenas puede levantarse. Ah, bufones, qué efímeros son vuestros minutos de gloria.
Me paso la mañana del sábado con un horrendo dolor de cabeza fruto, sin duda alguna, de la variada ingesta alcohólica nocturna. En la variedad está el gusto. Un poco de esto, un poco de lo otro, a ver a qué sabe lo de más allá… Las consecuencias casi siempre rayan lo nefasto. Además he vuelto a fumar. Espero que sólo haya sido un desliz nocturno.
Hogueras, olor a humo y sensación mugrienta. Al menos he dormido bien. Dos sacos y un edredón hicieron que me olvidase del frío. Está bien la idea del edredón. Es una frikada, lo sé, pero abriga. Ocupa mucho sitio en la moto y, junto con los sacos, es una barbaridad el bulto que hace todo esto. Pero abriga.
Es domingo por la mañana, las ocho, creo. Remoloneo un rato dentro de la tienda, recreándome en el calor mortecino del edredón pero las ganas de hacer pis me resultan tan apremiantes que no me queda más remedio que levantarme. Hay nieve. La hay en el suelo, en las motos en las tiendas… No es suficiente espesor como para resultar preocupante pero tengo tres puertos de montaña bastante pejigueros ante sde llegar a casa. Pensar en ello me resulta molesto así que, de un plumazo, consigo desechar de mi cabeza la nieve del regreso y me afano en empaquetar todo. Es curioso esto del empaquetado y los equipajes. Cuando sales de casa siempre está todo correctamente colocado en su lugar, ocupando la exacta proporción de moto que le corresponde. El Universo instaura el orden y los objetos encajan sobre la moto como si estuvieran diseñados para ir colocados ahí y no en otro sitio. Cuando regresas, por el contrario, las cosas parecen haberse rebelado contra el orden establecido y cada una pretende ocupar más espacio que su congénere más inmediata. De este modo las maletas disponen de menos espacio y un edredón constreñido sufre en la mochila por falta de aire. Misterios.
A partir de Benavente ya no había nieve. la monotonía soporífera de la meseta volvió a adueñarse del paisaje, sustituyendo al manto blanco que había unos kilómetros más atrás. Pero ahora, subiendo el Puerto del Manzanal, la nieve y la niebla ocupan todo el espacio disponible a mi alrededor. La pantalla se está congelando y sobre las manoplas también hay una ligera capa de escarcha. Sería un buen momento para conectar las plantillas térmicas porque llevo los pies helados. Sería si funcionasen. En realidad funcionan correctamente pero los cables de conexión a la batería no encajan: los dos son hembra. Me parece recordar que en algún momento comprobé esto pero supongo que sería una prueba estándar, sin llegar a hacer un análisis exhaustivo.
El Manzanal se sube y se baja enseguida, tan liviano es el paso que cuando has llegado otra vez al valle de la cara Norte, antes de que te de tiempo a entrar en calor, ya estás ascendiendo Pedrafita do Cebreiro. Al caer las primeas nevadas, Pedrafita es el lugar predilecto de los reporteros televisivos para venir a entrevistar a las gentes de pueblo. Siempre se repite el mismo patrón: reportera haciendo preguntas obvias a los habitantes, habitantes que enseñan el leñero, comentarios sobre el duro invierno que llega, habitantes que enseñan el arcón congelador. Risas, bromas y otro año más damos por inaugurada la temporada invernal en la tele. A partir de aquí, y durante tres meses, se repetirá esta imagen por distintos pueblos de España y la estampa de la reportera en lo más alto de la comunidad autónoma será un habitual en cada anuncio de temporal. «Desde que Protección Civil descubrió el invierno, pasamos más miedo que frío«, leí una vez.
– Un caldo,- pido en un bar, al salir de la autovía.
Con un terrible acento gallego, como una caricatura de sí mismo, el chaval que hace las veces de camarero me pregunta –¿Pero… cómo un caldo?… Porque caldo gallego* hoy no tenemos…
– No, caldo de sopa, consomé.– respondo algo airado.
– Es que… caldo… ¿Lo que quiere es una sopa?
– Si, como una sopa pero sin los fideos.
– Es que… caldo… no se… Pero tenemos callos, ¿no prefiere callos?-inquiere con entusiasmo.
– No, no quiero callos, quiero caldo. Si lo hay.
– Espere, que voy a preguntar si hay sopa.
Una señora de generosas proporciones hace su aparición detrás de la barra en este momento.
– Mamá, hay caldo?
–¿Cómo? – responde su madre.
– Que si hay sopa…
– No– dice la señora sonriéndome, –pero hay callos. ¿No quiere callos?
– Chaval, ponme un café cuando puedas, –le ordeno.
– ¿Ya no quiere callos?
– No, un café que tengo prisa y está nevando.
Al menos tienen buenos pinchos de beicon para acompañar el café.
Ahora, ya en casa, no me atrevo a deshacer el equipaje por miedo a una onda expansiva letal. Esperaré a mañana. Una ducha y una taza de caldo es lo que necesito.
*Caldo gallego=potaje
ni de más joven me gustaron las concentras, ni el frio jeje
Cómi sabes Robertin el apellido viene del sur, ya ya sabes, 500 años d invasion dan para muchos «termostatos»
Es que si hay que sufrir se sufre, pero para ná. Gracias por el relato. Ahora tengo frío
Vista una conce, vistas todas, ahora prefiero invertir en lugares desconocidos
Lo tuyo con el frío es enfermizo. Fruto, seguramente, de un error congénito en tu termostato:-D
Todo depende de lo que vayas buscando. A un evento de estos ya tienes que saber a lo que vas. Lo que pasa es que me pueden los años :-)
No es para nada exatamente lo que pasa que es difícil de explicar el para qué…
Nunca he ido a una concentración y ahora que estoy fuera de la edad y que me podrán los años, me voy a Javalambre. Que cosas!!