Uno de los viajes de este año, como podréis ver en la página, ha sido a Turquía. Fue un viaje sencillo y que recomiendo a todo el mundo. Por sencillo me refiero que no es necesario ser un gran aventurero ni disponer de una dosis extra de intrepidez, sólo la moto revisada y unos cuantos días para descubrir un país increíble. Se puede optar por hacer el viaje íntegramente por tierra o si, como es mi caso, no se disponen de muchos días, llegar a Italia en ferry, atravesar por tierra hasta el sur del país (o hasta Ancona) y allí tomar otro barco a Grecia. Una vez en Grecia sólo resta hacer kilómetros hasta Estambul.
En la capital del Bósforo, con 15 millones de habitantes, es tanto lo que hay que ver que te vas a quedar con la sensación de que dispones de muy poco tiempo. Da igual si estás una semana o un mes, la sensación será la misma. Además de mezquitas, palacios, puentes y gentes, hay algo que nos llamó mucho la atención por lo pintoresco: la cantidad de perros sueltos que hay por las calles. En un principio puede parecer que son animales abandonados pero cuando los ves tan gordos y lustrosos algo no cuadra. Después te fijas en que algunos llevan una “chapa”, un crotal de color verde o blanco. Ahí ya hay algo que no encaja; los más de 150.000 perros y gatos que hay deambulando por la ciudad están… “controlados”. Además la forma de relacionarse con la población es amable y continuamente ves a niños y mayores interactuando con los canes con una naturalidad pasmosa.
El crotal indica que el perro ha sido esterilizado, tal y como señala la ley para animales abandonados.
Resulta chocante como los vecinos, vendedores ambulantes y dueños de bares o restaurantes alimentan a perros y gatos por igual y como éstos viven tranquilos y protegidos en las calles de la ciudad. Es costumbre que los vendedores adopten a uno de ellos como mascota y lo alimenten y lo cuiden, aunque sigan viviendo en la calle.
Pero esta armonía entre hombres y animales no siempre fue tan idílica. Hace unos cien años, después de la caída del Imperio Otomano, con el gobierno de los Jóvenes Turcos, se consideró que los perros eran una plaga y se decidió exterminarlos a todos. Más de 50.000 animales fueron abandonados en la diminuta isla de Sivriada, en el Mar de Mármara. Los canes, sin comida ni agua aullaban desesperados y sus agónicos lamentos eran escuchados desde toda la ciudad. Después de aquello la ciudad sufrió un terremoto que todos consideraron como un castigo divino.
Quizá se pueda pensar que esta forma de relacionarse con los animales sea un tanto aberrante pero ver la ternura con la que los ciudadanos tratan a sus perros callejeros, a sus conciudadanos, hace que te replantees la relación hombre-animal en el mundo occidental.
La ciudad entera quiere a sus perros. Los perros quieren a su ciudad.
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