capillitaAllá donde se produce un accidente de tráfico mortal es frecuente que, durante años, alguien deposite flores. A nadie extraña, a no ser que se piense en otros accidentes u otras muertes que no se significan posteriormente con ramos ni coronas. Una muerte en una obra; un electrocutado en una torre de alta tensión; un tipo que se rompe la crisma tras resbalar en el portal, por ejemplo, no son recordados. Incluso un accidente de tráfico en la ciudad, o un atropellado, no dejan rastro. Pero todo cambia si sucede en la carretera.

La explicación puede residir en el simbolismo que encierra la carretera, el camino, por antonomasia, de la modernidad.

Los caminos desde tiempo inmemorial representan el viaje, que no es sino lo incierto, lo inseguro y peligroso; es una concreción de la vida. Los cruces de caminos, también desde siempre, probablemente desde antes de que el hombre fuera hombre, son lugares de confluencia de varios elementos intangibles, los que van y vienen por cada uno de las sendas. A ellos, ya siendo hombre el hombre, se les ha otorgado un carácter mágico que se plasma en multitud de ritos de los que hoy apenas quedan algunos indicios megalíticos y, ya en Galicia y alrededores, cruceros.

Para muchos animales, además de para el hombre, también los cruces de caminos son especiales. En ellos se detienen, olisquean, orinan, defecan y marcan de cualquier otra manera, para dar a conocer su presencia. En los caminos, a campo abierto, muchos de ellos se sienten incómodos y están constantemente alerta. Se saben vulnerables.

Inconscientemente, los muertos en la carretera son considerados más accidentales que si lo fueran en otro lugar: han muerto mientras iban camino de algún sitio y no han podido completar sus planes más inmediatos. Y eso resalta alarmantemente en nuestra psique.

 Las flores que se ponen, que son un deliberado símbolo de la muerte, del recuerdo de la muerte, en origen simplemente se utilizaron para disimular el olor de la descomposición de los cadáveres.

César Alonso

 

Créditos:

Foto: Leonardo Matute

Artículo: César Alonso