A veces había que seguir.
Quedaban paisajes que pasaban a mi lado fulgurantes, dejando tras de sí sólo una estela tenue.
Paisaje cambiante que con los kilómetros se volvía viscoso e informe. Se agolpaban los tonos de verde con los del ocre, pugnaban por ocupar lo que existía tiñendo todo de un monótono color verde oscuro.
Y el frío sólo me dejaba concentrar en él, convirtiéndose en un ser con vida propia imposible de dominar. Así, todo lo que no fuese el mismo frío pasaba a un segundo plano y perdía cualquier atisbo de relevancia.

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