Recordar los tiempos buenos suele ser un arma de doble filo. Por un lado reconforta volver atrás y recrearse. Por otro lado, causa dolor la certeza de que cualquier tiempo pasado no ha de volver.
Pero qué mejor ejercicio que rememorar sensaciones de la infancia y la juventud, que además llevan aparejadas, para siempre, una definición…
Pureza: Respirar el aire frío, helado, entre el silencio absoluto de una nevada. Aspirar fuerte, profundo, hasta que casi te dolían las aletillas de la nariz, aguantar el aire, exhalar…
Incomodidad: Caminar con una pinza de la ropa en el interior de las sandalias. Eran tan horribles que aún me parece verlas en sueños. Creo que decidí la mortificación como un acto voluntario que me reafirmase en mi odio a las sandalias blancas. Tenía tres años.
Nerviosismo: Excursiones del cole a cualquier playa. La noche se hacía más larga de lo normal y la mitad de las horas las pasaba en vela, hecho un manojo de nervios.
Odio: Al tendero de la esquina, siempre tan sonriente y siempre tan falso. Comencé a abominar su existencia el día que me agarró de la oreja y amenazó con llevarme al cuartel de la Guardia Civil por un delito que, al igual que el Equipo A, no había cometido. Delaté a todos mis compañeros y me sentí sucio y humillado. Aún hoy, cuarenta años más tarde, me incomoda su presencia. Nunca compro en su tienda.
Perseverancia: Con 14 años, en íntimas relaciones con una chica dos años mayor. Me llevó al huerto y, sin unas míseras instrucciones, tuve que averiguar los rudimentos del sexo. No fue el polvo más memorable, fue el primero.
Euforia: En el parque del pueblo a las cuatro de la mañana con una botella de vino en la mano. Tenía 14 años. “Yo gondrolo si be da la gana, pero no be da la gana!“
Felicidad: Subir a una moto por primera vez, una Vespa apropiada de forma indebida. Sentir el aire fresco y la cara y saberte el rey del mundo.
Decepción: Caer con una moto, robada minutos antes, en la plaza del pueblo un día de verano. A la pasajera nunca volví a mirarla a la cara sin sentir una profunda vergüenza.
Y así, rememorando sensaciones y volviendo, a veces, a sentir las mismas definiciones, sufrimos una regresión tras otra.
P.D.: Mil perdones, Óscar pero gracias a esa caída con la Vespa aprendí una lección importante :-)
Un gran escritor, en sus ponencias, delante de jueces, fiscales, abogados y policias… Siempre empezaba las charlas con un.
Señores, señoras, delincuentes todos.
El robo fue, más bien, un préstamo sin permiso. La moto era de mi primo y actuaba como un poderoso imán. Verla aparcada frente a casa del abuelo, sin vigilancia, sin protección era toda una invitación a delinquir.
Los primeros no suelen ser los más memorables tampoco. Pero ¡oye! Que tenías 14 años. Eso de por sí ya es memorable. Al menos entre mi grupo de amigos je je