La afición a las motos reúne en  torno de si a un montón de gente de lo más variopinto. Ya he hablado en este blog, a veces en tono de broma, de las diferentes tribus que cohabitan este ecosistema motero tan dispar. Desde aficionados al custom y los cromados, salidos de Easy Rider, hasta émulos de Emilio Escotto que sueñan con recorrer el mundo a lomos de una BMW pasando por imitadores de Pedrosa con la rodilla en el asfalto. Es, muchas veces, un universo hecho de sueños, de ilusiones y de quimeras. 

Y eso es bueno. No pasa nada, cada uno persigue su sueño como puede o como quiere. Si quiere.
Pero, en todo este maremagnum de intereses, de cosmovisiones y de gustos no puede pretenderse que haya un nexo común más allá del hecho de desplazarse en un vehículo de similares características. Es decir, que tenga dos ruedas. Ya sabemos que queda muy bien apelar a no se qué supuestos “valores moteros”, a cierta sobreentendida solidaridad y al sentimiento de libertad que… blablabla.
Sin embargo, a la hora de la verdad, ni somos tan solidarios, ni gozamos de tanta libertad ni, por supuesto, somos tan parecidos unos a otros.
Hace unos días, paseándome por un foro que tiene la moto como temática principal constaté, no sin cierta pesadumbre, que, tal y como postulo, somos bien distintos. Se daban allí cita lo más granado de la estulticia, lo más bruto y lo más bobo del gremio. Hacía tiempo que no leía tantas gilipolleces seguidas y escritas con semejante falta de tino.

Yo no me tengo por idiota. Ni mis amigos, los que están relacionados con el mundo de la moto, lo son. Tampoco son idiotas la mayoría de personas con las que tengo contacto en internet por causa de la moto.
Es decir que, estos segundos, no nos parecemos a ese elevado porcentaje de idiotas que coexisten en el foro que comento.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues este ejemplo viene a colación de algo que leí ayer y que me dejó un tanto traspuesto. Fabián Barrio, que es un tío que no tiene nada de idiota, se quejaba de que su nuevo proyecto, después de haber regresado de dar la vuelta al mundo durante dos años, no había tenido la acogida que él esperaba. Consiguió una gran atención mediática y un alto grado de seguidores al ir contándonos sus aventuras y desventuras durante el viaje. Se hizo querer y fueron muchos los que le profesaron un gran cariño, me consta. Luego, cuando volvió a España presentó su libro por toda España y también obtuvo gran éxito de ventas y de público.
La mayoría de la gente que lo seguíamos lo hacíamos, o bien por nuestra afición a las motos, por afición a los viajes o por ambas cosas. Y hasta ahí llega el nexo común entre su público. Ni la temática de su obra, tanto el libro como la web y el viaje, iba dirigida a un público de masas, ni los seguidores tenemos tanto en común por el hecho de ser “moteros”.
El nuevo proyecto, un audiolibro que nada tiene que ver con el trabajo anterior y por el cual había cosechado seguidores, se aleja mucho del mundo de las motos y, probablemente, está destinado a un público distinto. El “target” no tiene nada que ver. Los seguidores y fans no continuaron detrás de Fabián una vez que concluyó el proyecto inicial.
Es natural que, si cambias radicalmente tu estilo, pierdas lo poco que te unía con tus admiradores, es decir, la pasión por las motos o por el viaje. O por las dos cosas. Siento mucho que Fabián no haya encontrado el éxito en esta nueva andadura pero más siento que haya dado un giro tan radical en algo que si le estaba dando éxito y que nos gustaba a muchos: contar sus viajes en moto.
Quizá, si lo que buscaba en las dos ruedas era un trampolín que lo catapultara a algún tipo de estrellato para, desde allí, escoger otros destinos, se haya equivocado de carretera.

Y así llego otra vez al principio: lo único que nos une es la pasión por las motos. Si nos quitan esa única variable, quizá nunca lleguemos a conocernos.