No siempre se está de buen humor y hay temporadas en las que el espíritu crítico se apodera de uno sin que se sepa muy bien el motivo.

Vas por la carretera, plácidamente, disfrutando de las curvas y del frescor que te sorprende bajo la sombra de los árboles. O vas escuchando el ronroneo suave del motor, que parece música celestial para tus oídos. Ya sabes a lo que me refiero, a ese murmullo que se mezcla con el sonido del viento en el casco y que te hace pensar en cosas tan íntimas y tan reconfortantes que es como si tu conciencia buena te estuviera hablando.

Y trazas con una maestría sublime. Quizá no sea para tanto, pero eso te da igual porque lo haces para ti y no necesitas demostrar nada. Incluso puede que lo hagas mal a propósito porque vas tan feliz que todo te da exactamente igual.

Vas ahí, a tu bola, reflexionando, haciendo planes de futuro, buscando la mejor solución a cualquier problema o lo que sea y todo está bien. La cosa fluye.

Pero, de repente, se te cruza un paisano con un Simca 1200 o un SEAT Málaga que acaba de salir de un camino de tierra y te saca de tu ensimismamiento. Te hace frenar bruscamente y te pega un susto de muerte.

Y levantas la mano izquierda mientras le gritas cualquier improperio dentro del casco.

Que ni te oye ni nada.

Es más, ni siquiera ve tu mano levantada: si no ha mirado para salir a la general… ¿tú crees que va a mirar luego por el retrovisor para verte a ti vociferando sobre la moto?

Y ya está.

Ya se ha fastidiado la mañana.

Tú, que ibas tan contento y tan feliz en la moto, a tu bola y con los chakras alineados en perfecto orden… ya estás de mala leche. Que se te va a pasar enseguida, pero ya estás desequilibrado.

El paisanín, que venía de la huerta o de sacar las ovejas de la cuadra, no se ha enterado de nada de lo que ha pasado pero, por un instante, ha tenido un poder enorme sobre ti.

Ha sido capaz, sin tener que hacer gran cosa, de sacarte de tu estado de felicidad absoluta, de tu equilibrio cósmico y de tu paz espiritual.

Claro que, ni el paisano ni tú sabéis que en realidad quien le ha dado tan gran poder, esa capacidad de fastidiarte la mañana has sido tú mismo. Tú eres quien da el poder a los demás para que te fastidien la mañana o la vida entera. Pero no voy a hablar de eso ahora.

A lo que iba es que, a veces, sin comerlo ni beberlo, sin que nos demos cuenta, sobrevienen esas temporadas de lo que aquí en Asturias se llama “repunancia”. No repugnancia, que son cosas distintas.

Cuando uno está repunante está en un estado así como de irascibilidad atenuada. Está susceptible en grado sumo y con el sarcasmo chungo a flor de piel.

A veces es un paisanín que sale de una pista de tierra y otras veces, simplemente, no sabes muy bien el por qué.