Ya sé que la violencia engendra violencia. También se que no es ni moral ni políticamente correcto defender la violencia. Pero el ser humano es violento. La historia de la humanidad está plagada de guerras, de asesinatos, de violencia. Y yo soy violento.

Tan violento que, si tuviera dinero suficiente, tanto como para pagar abogados que me defendieran a capa y espada ante cualquier contingencia, montaría una empresa de violencia. De violencia de género y de número. 

 

Mi empresa trabajaría gratis para sus clientes. No cobraríamos ni un duro y solo trabajaríamos por el placer de ejercer la violencia. A lo bruto. A lo bestia. Con la inquina del odio instaurada en cada uno de nuestros agentes, que dispondrían de bates de béisbol, puños americanos y palas de playa.
Nuestra estrategia se basaría en el terror y el miedo. Primero comenzaríamos con amenazas a nuestras víctimas. Amenazas serias, con alguna hostia suelta. Luego, si el objetivo no accediese, por vicio o por inconsciencia, a las lógicas peticiones que le haríamos, pasaríamos a la segunda fase. En ésta, habría sangre casi con total seguridad y nuestros agentes tendrían carta blanca para usar la pala de playa en los morros o el puño americano en el hígado. A su elección.
Y el hombre se quedaría tirado en el suelo, mirando a la pared con expresión dolorida, sangrando por la boca y balbuceando frases inconexas, suplicando que no le pegasen más.
Y entonces, nuestro agente sacaría de un sobre la foto de la pareja del hombre y se la pondría delante de los ojos a ese despojo que ahora se habría convertido en víctima. Y le preguntaría si iba a respetarla. Y él, entre sollozos, diría que si, que la iba a respetar y que no volvería a pegarle nunca. Y que la quería mucho.
Pero nosotros no estaríamos allí por causas del amor. Estaríamos allí por odio, por dignidad humana y porque en nuestra empresa seríamos muy violentos y amorales.
Le daríamos una patada en la barriga, de propina, y le amenazaríamos con volver a pegarle, aún más fuerte, si volviese a ponerle la mano encima a su pareja.
Y él, comprendiendo que nuestra empresa es muy profesional, no volvería hacerlo. Pero, si por casualidad fuese de memoria frágil y volviese a pegarle, nosotros actuaríamos con más contundencia y volveríamos para reventarle la cabeza otra vez. Y su sangre volvería a manchar el suelo de la cocina, la misma en la que ella tantas veces lloró amargamente, la misma en la que se refugió tantas veces, la misma.
Y volveríamos tantas veces como fuese necesario hasta que viésemos modificado su comportamiento porque hay gente que no entiende las cosas si no es a base de hostias.

 

Y como este es un blog de motos, iríamos en moto al trabajo.

 

contra la violencia de género