Conocí a Fabián C. Barrio unos días antes de que saliera a dar una vuelta al mundo. Me pareció un tipo peculiar, un tanto alejado de otros viajeros que conocía. Reservado, un poco distante y con cierta indiferencia por el resto de la humanidad. En uno de mis bares de cabecera él se tomó un té mientras yo me trasegaba una copa de coñac. Miré su moto con cierto escepticismo, sobre todo el cabrestante que llevaba acoplado a un lado. Y el «jerrycan» metálico para la gasolina. Seguí su viaje alrededor del mundo y cuando regresó a España creí que ya no volvería a viajar en moto nunca más. Me equivoqué. Y fue, para mí, una suerte que me equivocara porque Fabián es un tipo que da juego. Va por libre, alejado de los estereotipos de motero/aventurero y denostado en algunos «ambientes overlanders», quizá por una cierta falta de empatía o por su carácter taciturno e independiente. O vaya usted a saber. El caso es que, sin demasiado ruido, él se lo guisa y muchos nos lo comemos.
Soy un fan de sus presentaciones. Están preparadas hasta el último detalle, con poco margen a la improvisación y resultan siempre muy entretenidas. Tanto él como su alter ego, Mordomo Lunfardo, son unos maestos sobre el escenario, dos profesionales. Escribiendo, en ocasiones, resulta empalagoso y barroco, pero no siempre. Y cuando da en el clavo, lo borda.
En su último libro Morador del Asfalto, nos encontramos con un Fabián mucho más cercano que interactúa, que siente y padece, que se emociona y que sufre. No reniega de su pasión por adjetivar hasta el paroxismo pero transmite pasión de una forma que, a mi modo de ver, no conseguía en Salí a dar una Vuelta. Sigue centrándose en demasiados aspectos negativos del viaje y de la gente pero lo hace de una forma tan hilarante en este libro que uno no puede, en ocasiones, reprimir la carcajada. Me gusta reirme de Fabián Barrio. Me gusta verlo en apuros. Me gusta ver a través de sus ojos a un motorista torpe que mantiene conversaciones con su otro yo y que está siempre preocupado por si el horno de su casa en Madrid quedó encendido. La factura de la luz será enorme.
Una de las primeras reflexiones memorables con las que me he topado en Morador del Asfalto es cuando habla de los hoteles en los que coinciden viajeros mayúsculos:
"...cada uno cree estar en posesión de la verdad sobre cómo se ha de viajar y por dónde. Cada uno cree haber vivido las experiencias más extremas, y cada uno cree que su viaje es el que más merece la pena."
Muy fino, Fabián, en la observación de las personas, en el exámen certero del ego. Y muy fino, también, el análisis, de muchos creyentes convencidos:
" No creo en Dios, pero sí creo, infinitamente, en la bondad de las personas humildes que sí creen en Él y hacen el bien a través de Su espíritu"
He visto tantas veces esa bondad de la que habla, ese hacer el bien, ya sea por convicción propia o porque su dios se lo impone, que no puedo estar más de acuerdo.
Entre las experiencias de Fabián choca alguna que pasa casi desapercibida pero que nos cuenta algo más del autor, como cuando esnifó pegamento para poder documentarse para su novela Malabar. Este tipo de asuntos no son políticamente correctos y la mayoría de los escritores suelen obviarlos. No quiero decir que todos esnifen pegamento y no lo cuenten pero sí que pasan de puntillas por algunos asuntos.
No faltan las puyitas a otro viajero escritor, Miquel Silvestre. Lo hizo en la presentación del libro y lo hace en el interior del mismo. Por no hacer «spoiler» no haré transcripción del comentario pero el autor, cuando quiere, también saca a relucir su, más que evidente, vena gallega. Me arrancó una amplia sonrisa por el desparpajo y la naturalidad con la que lanza sus dardos.
También hay, en el libro, dejes que se repiten y que se me antojaron como un dejà vu pero tampoco voy a desvelarlos. A mi me resultan chirriantes pero prefiero que sea el lector el que decida si chirrían o no. Por otra parte, si este es el primer contacto con el autor supongo que pasarán desapercibidos.
El libro termina triste, muy triste, aunque con una gran lección de vida, con una enseñanza humilde que está llena de verdad y que nos permite acercarnos, un poco más, al corazón de este viajero, peculiar y discreto.
El avance el calidad literaria y en capacidad de transmitir es notable. A pesar de su extensión no resulta un libro pesado en absoluto y el ritmo se mantiene bastante estable en toda la obra, exceptuando algún pasaje en el que no puede reprimir su ansia descriptiva, al igual que yo no puedo reprimir mi ansia de meterle un poco de caña.
Le han salido 430 páginas que merece la pena leer.
EDITORIAL: EQUIPO BALNEA
ISBN: 978-84-608-2630-9
EAN: 9788460826309
AÑO: 2015
LUGAR DE EDICIÓN: ESPAÑA
Llegué hasta la descripción de la mosca en la sopa. Tenia unos 20 años cuando leí a Henrry Miller y los cuentos de E. A. Por. Ya cubrí ese capítulo. Pero sin leerlo coincido con lo que dices porque sé que es así. Porque no puede ser de otra manera. Es un buen tipo y su abuelo, con cariño, ya le dijo lo que pensaba al respecto
Gracias :)
[…] Morador del asfalto. Fabián C. Barrio […]
Para mí, es de los mejores escritores sobre una moto. Barroco a veces, con un humor inteligente que se ríe de sí mismo. Su capacidad de mostrar el mundo que ve no tiene parangón. Es un crack en lo suyo. Que siga.
Este «Morador del asfalto» es un buen libro pero no puedo decir lo mismo de «Salí a dar una vuelta», que me resultó largo y pesado. Morador, sin embargo, tiene más intimismo, más de Fabián.