Domingo 25 de mayo
Toulouse – Génova , 760 km
A las siete de la mañana, como si tuviésemos que ir a trabajar, nos levantamos y comenzamos a desmontar el campamento. La noche ha ido bastante bien y no hemos dado demasiadas vueltas.
Cuando ya tenemos todo armado y listo para salir la Ducati se niega a arrancar, la batería parece estar muerta del todo. Después de deliberar un rato concluimos que ha de ser a causa de la alarma. Mal comienza la mañana.
Ante la atenta mirada de algunos conductores parados en el área de servicio comienzo a empujar la moto mientras Gelu está a los mandos. Tras cincuenta metros de paseo no parece querer ponerse en marcha y yo ya empiezo a ponerme nervioso. En el segundo intento los dos escapes de la Multistrada comienzan a petardear y, tras un sonido bronco, arranca sin más problemas.
Tras esto nos vamos a repostar y a desayunar y, con la tontería, ya son las diez de la mañana. Salimos de nuevo a la autopista con el traje de aguas puesto porque hoy parece que no vamos a tener la misma suerte que ayer con el clima. Efectivamente, antes de 30 km ya está diluviando.
Hoy parece que va a ser otra jornada de autopista de peaje, con el aliciente de rodar sobre lluvia y con la incertidumbre de un neumático trasero en un estado un tanto incierto. Cada vez que paramos en uno de los múltiples peajes que nos encontramos compruebo el estado del dibujo; parece que se gasta más despacio de lo que suponía. Alivio.
A la Multistrada se le enciende, de vez en cuando, un chivato que avisa de fallo en el motor. Ni gelucho ni yo sabemos de qué se trata. Yo porque no tengo ni idea de Ducati y él, porque lleva con ella menos de un mes y no tiene el libro de instrucciones. No me lo dice, pero lo noto preocupado.
En la otra calzada de la autopista vemos muchas motos custom, la mayoría Harley. Es un alivio comprobar que no somos los únicos motoristas que transitan por ahí con la mierda de día que hace. La lluvia no cesa ni un momento y la evacuación de agua en la calzada deja mucho que desear. Concluyo que las autopista
s del sur de Francia son una mierda. Y caras.
Cerca de Niza, sobre las cuatro de la tarde deja de llover y me tomo alguna licencia con la velocidad, subiendo el ritmo a unos 140 km/h. Hoy es el Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1 y a esta hora se incorporan a la autopista muchos de los espectadores de la prueba. Algunos en vehículos ciertamente singulares. En un momento dado me doy cuenta de que estoy rodando detrás de un Ferrari y delante de un Maseratti gris metalizado. Les doy paso porque aquí van todos como locos.
Al entrar en Italia, después del peaje nos quitamos el traje de aguas y aprovechamos para sacar unas fotos. Allí parados vemos las salidas de los deportivos en la cabina de peaje. Incluso hacemos una clasificación del macarrismo donde ganan, por goleada, los propietarios de Porsche. Mientras los Ferrari, Bugatti, Hammer, Mercedes y demás lujo incontenible salen como postas pero con elegancia, los Porsche salen al más puro estilo macarra, dándolo todo.
Volvemos a las burras y encaramos la autopista hacia Génova, en una especie de carrera de autos locos en la que si te quedas a menos de 150 km/h en el carril izquierdo vas armando tapón. Es algo enloquecedor a la par que estresante. La autopista alterna viaductos y túneles de forma ininterrumpida, con un arcén testimonial, con curvas cerradas y, para colmo, plagada de camiones que te animan con sus rebufo. Nunca, en mi vida, había visto cosa semejante.
Poco a poco, me voy haciendo a la nueva situación y a lo que he decido denominar “conducción creativa”, que es lo que practican los italianos en su país. Ahora ruedo, no más relajado porque es imposible en esta situación, pero sí un poco más en plan “autos locos”, para ser como ellos. Aquí el límite son 130 Km./h pero es como algo testimonial.
Apenas miro el mar, ni los pueblos de la Costa Azul, ni nada que no sea estar con los cinco sentidos puestos en la conducción. En algunos de los túneles voy a 140 o 150 y aún tengo que dejar paso a los que, apurados, se ponen a mi rueda para forzarme a volver al carril derecho. Así circulamos unos 200 km.
Por fin llegamos a Génova donde la cosa, no sólo no mejora, sino que se pone aún más loca. La entrada a la ciudad se realiza en dos carriles entre bloques de pisos y estructuras metálicas. Un extraño lugar gris y sombrío que me recuerda un poco a Mad Max. En el peaje, Gelucho se percata de que ha perdido los dos tickets y el encargado nos señala que el Italia es necesario preservar los tickets durante todo el trayecto
– No te jode con el ingeniero – pienso yo mientras se va formando una enorme cola detrás de nosotros. Algunos tocan el claxon.
A la salida esperamos a Renzo, el amigo del foro multistrada italiano que nos va a guiar hasta un albergue que nos ha reservado. Detrás de Renzo callejeamos por Génova y alucinamos con la cantidad de ciclomotore
s locos que pululan por la ciudad. Se respeta única y exclusivamente el rojo de los semáforos, y no todos. Las líneas continuas no existen, ni las dobles, ni los pasos de peatones… todo parece invisible a los ojos de un ciclomotorista genovés. Esto es un puto caos!
Sin embargo, dentro de ese caos parece haber una cierta armonía y la ciudad fluye en esta tarde de domingo. Subimos al albergue donde nos hacemos un carnet de alberguista internacional y disfrutamos de unas vistas maravillosas de toda la ciudad. Nos duchamos y, abajo otra vez, al centro a cenar.
Callejeamos guiados por nuestro anfitrión y disfrutamos de la buena pasta.
Mañana nos iremos de talleres, al de Ducati a mira lo de la batería y el testigo y al mío a cambiar los neumáticos.
Deja tu comentario