A las ocho de la mañana abrimos la pestaña en la espaciosa habitación del albergue juvenil que nos ha buscado Renzo. Está situado en la parte más alta de la ciudad y desde aquí disfrutamos de unas vistas privilegiadas del puerto, alma mater y corazón vivo de Génova.
Renzo ya está esperándonos en la puerta para llevarnos al taller de Ducati y al “gomista” para cambiar el neumático trasero. La Multi arranca hoy sin demasiados problemas, aunque se hace un poco la remolona, y en poco tiempo estamos intentando no perder la estela de nuestro guía por entre el enloquecido tráfico genovés. Descendemos de la parte alta de la ciudad hasta el nivel del mar entre callejuelas imposibles, con los ciclomotores rebasándonos a derecha e izquierda y siempre atentos a las erráticas maniobras de los automóviles. Hoy es lunes y el tráfico está imposible a esta hora de la mañana, nada que ver con el paseo de ayer por la tarde.
Cuando llegamos al taller Ducati, Angelo, el mecánico más prestigioso de la Liguria, se pone manos a la obra y comienza a trabajar sobre la Multistrada. Conecta un ordenador y rápidamente concluye que la batería está moribunda, al límite de su vida útil: no aguanta la carga. Me voy con Renzo a la tienda de al lado y nos traemos una nueva batería.
Aprovechando que un virtuoso ducatista está toqueteando la máquina, para más disfrute, Gelucho decide cambiar el pistón de embrague por uno más “performance” y, lo que es más importante, de un tacto más adaptado a los parámetros humanos porque el original es un suplicio de dureza. Mientras tanto nosotros decidimos amenizarle la mañana a Angelo y sacamos las gaitas para tocar unas piezas. Al momento comienzan a salir los trabajadores de los talleres cercanos que se quedan un poco flipados con los moteros españoles. También se nos acerca una señora que nos pregunta porqué ella no es capaz de tocar una gaita que se compró en Escocia en un viaje reciente. Le decimos que “questo é molto dificile” e intentamos, inútilmente, darle unas nociones.
Mientras tanto Angelo ha descubierto, mediante el ordenador, que la moto necesita un reglaje de válvulas porque no es capaz de regular el caudal y que la moto vaya fina. Se va a probarla y corrobora que necesita algunos ajustes, pero no podrá hacerlos porque la cosa lleva tiempo.
Así las cosas hemos pasado unas dos horas y media en el taller, nos ha cobrado una miseria por la mano de obra y ahora nos disponemos a ir a cambiar mi neumático. Un tío muy majo este Angelo.
Franco ya está esperando con la goma preparada de modo que no tengo más que meter la moto y esperar un rato.
Nos despedimos de Renzo dándole las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros y enfilamos la carretera que nos ha recomendado, la S-45 a Piacenzza, que atraviesa los Appenino Settentrionale por el Passo Della Scoffera.
Se trata de una carretera revirada, con buenas rampas y con piso aceptable, al menos en algunos tramos. Los paisajes por aquí son realmente bellos, con laderas cubiertas de espesos bosques de castaño, robles, hayas, fresnos…
Después de atravesar los Apeninos salimos a Bobbio y de ahí, a través de rectas interminables en las que la línea continua estaba de adorno, nos incorporamos a la autopista cerca de Cremona para seguir en dirección a Venecia y Trieste. Durante el trayecto nos hemos acomodado perfectamente a la “conducción creativa” de los italianos y ya no respetamos ni límites de velocidad, ni líneas continuas ni ninguna otra cosa que los aborígenes no respeten. Podemos decir que estamos completamente integrados en el medio social.
A partir de Brescia, siempre por autostrade, el tráfico comienza a ponerse imposible; tres carriles atestados de camiones y coches circulando a toda leche como si el mundo se fuera a acabar en unas horas. La A4 es una de las principales vías de comunicación del norte de Italia. Por ella circula todo el tráfico pesado procedente de Eslovenia, Hungría o Rumanía con destino al norte de Italia y sur de Francia, (o España). Me imagino las autopistas como las grandes arterias que recorren Europa transportando bienes de consumo, dando vida a ciudades y pueblos. También reflexiono un poco sobre la responsabilidad del mantenimiento de estas vías que, mientras circulo por ellas, creo que deberían ser de titularidad supranacional, de la Unión Europea o algo así. Son muchos kilómetros cada día y da tiempo a darle muchas vueltas al coco.
Cerca de Trieste, en el desvío a Gorizia, yo me he adelantado un poco porque voy distraído observando los distintos tipos de camiones y su procedencia. Gelucho viene bastante atrás porque en el desvío reduzco la marcha y no aparece. Preocupado, me detengo en una de las áreas SOS y espero a que llegue. Los minutos van transcurriendo y comienzo a estar realmente preocupado porque ya ha pasado demasiado tiempo, ha tenido que pasarle algo. Al poco rato me llama y me dice que tiene avería, que la moto se le ha parado e
n plena autopista mientras adelantaba camiones y ha tenido que detenerse en el arcén, con el consiguiente susto. La moto arranca, pero cuando mete primera para salir se le cala, tiene toda la pinta de un problema eléctrico.
Mientras me cuenta todo esto me voy repasando mentalmente los pasos a seguir: la llamada a la asistencia, localización de grúa, localización de un taller en Trieste, posibilidad de hotel… en fin, un mapa mental de la incidencia para solventarla lo antes posible. Se ve que estoy preparado psicológicamente para estas contingencias.
Sin que yo sepa muy bien como consigue llegar a una de las salidas en un pueblo que no sabe como se llama. Como yo soy el que lleva el mapa a partir de sus indicaciones deduzco que se trata de San Giorgio di Nogaro, un poblacho a unos quince o veinte kilómetros de donde me encuentro.
Salgo de la autopista y después de dar vueltas por la zona y practicar mi impoluto italiano con los locales, (io no sonno di qua), llego al peaje donde me espera Gelucho.
– No te lo vas a creer tio! – me dice – Llamé a Renzo y me dice que es de la pata de cabra, que a veces falla el sensor. Si le doy varias veces funciona correctamente.
– Putas Ducati – pienso en silencio
Gelu sigue preocupado por el asunto del piloto que se enciende lo que, unido al problema con la pata de cabra hace que nos pongamos en contacto, otra vez, con Renzo para pedirle la dirección del taller Ducati en Trieste. Nos resignamos a perder la mañana, de nuevo, en talleres italianos.
Después de unas risas y, por supuesto, unas críticas por mi parte a la italiana, (que se prolongarían muuuucho tiempo), continuamos viaje por carreteras secundarias en busca de un lugar donde acampar.
Así es como llegamos a Papariano donde, detrás de la casa del párroco, Don Gigi, encontramos un lugar perfecto para montar la tienda. Supusimos que Don Gigi estaba dando una extremaunción o algo similar porque tardó mucho en llegar a casa con lo cual no pudimos pedirle permiso para acampar. Eso sí, antes nos informamos si era un pater enrrollao.
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