Ocho de la mañana, hora de levantar el campamento. Por la noche no ha llovido, luce el sol y todo huele a fresco, a humedad y a aire puro de los Montes Pindo.  En una de mis exploraciones alrededor del campamento encuentro excrementos de oso. No estoy seguro de que haya sido un oso el creador de semejante cagada pero, desde luego ha sido un bicho con culo grande, de eso no hay duda. Podría ser puesto que en la zona habitan osos, lobos, chacal dorado… y todo un elenco de especies emblemáticas. Lo que más me llama la atención son los bosques. Extensiones enormes de frondosas que pasan a estar ocupadas por coníferas en las zonas más altas. Hayas, robles y un sinfín de plantas endémicas que no había visto en mi vida.

Volvemos a intentar ascender la pista forestal con la intención de salir en Mavrovo. En esta ocasión soy yo quien abre la marcha. He salido de avanzadilla para valorar el terreno. El primer kilómetro tiene piso duro y es fácil. Las tormentas de los días pasados no parecen haber afectado demasiado al firme. Cuando comienza la subida más fuerte empiezan a aparecer los primeros surcos y zonas de barro. Un poco más arriba la pista se hace cada vez más difícil para subir con la moto cargada y con neumáticos mixtos. José Luis no será capaz de ascender este tramo con la pesada Varadero. Al menos no sin sufrir alguna caída. Seguiré un poco más por si la cosa mejora un poco más arriba.

Yo estoy acostumbrado al bosque atlántico, a ver hayedos y robledales de superficie considerable, a respirar el silencio del monte y subir con la moto por esta pista, encajonada entre el riachuelo y el valle, no tendría que llamarme demasiado la atención. Pero me la llama.

No sé si es el hecho de estar lejos de casa, haciendo lo que más me gusta que es viajar en moto, la emoción del viaje o detalles como los rayos de sol colándose entre las ramas de los árboles pero lo cierto es que el paisaje me parece maravilloso.

De aquí no paso. La pista es muy estrecha y las dificultades para avanzar cada vez mayores. Miro hacia el fondo del valle, al río cincuenta metros por debajo, y considero que estoy circulando demasiado cerca del borde de la pista. Me vuelvo por donde he venido. No sólo porque no me gustaría tener una caída en estos parajes sino porque José Luis ya se ha caído ayer y esta zona es mucho más complicada. No es justo someterlo a este suplicio solo por capricho.

Vuelvo a pasar por el pueblo y, mientras llegan mis compañeros, que han quedado rezagados, me meto en un bar tienda a comprar pan. Uno de los parroquianos, emigrado, habla inglés y alemán así que todos podemos saciar nuestra curiosidad por el otro. Charla, risas, preguntas… poco a poco voy tomando confianza de modo que, cuando llega el resto de la expedición me encuentran por dentro de la barra del bar simulando que despacho a los clientes y con una amplia sonrisa. Me creo el rey del mambo.

Después de la compra el dueño nos invita a un café turco. El café turco, como su propio nombre indica, viene de Damasco y como los Balcanes estuvieron bajo la dominación del Imperio Otomano pues adoptaron también este brebaje. Se prepara moliendo el café muy fino, tanto que parece harina marrón. Luego se mezcla con agua fría en un recipiente similar a una chocolatera, la eldžezva, después se le añade el azucar si se desea, se calienta hasta hervir y se sirve en tazas pequeñas, como las del expreso. Siempre lo sirven con un vaso de agua del grifo que aprovecho para quitarme de la boca los restos de café molido. Es inevitable que se te queden entre los dientes y la sensación es bastante desagradable.

Ahora viene lo bueno, el chupito de rakia de las diez de la mañana. Nuestro anfitrión ya se ha tomado dos o tres que yo haya visto,  y está muy dicharachero. No necesita insistir mucho, yo soy muy dado a la cata alcohólica, aunque se me hace raro hacerlo a horas tan tempranas.

La rakia es una bebida similar al aguardiente que se obtiene a partir de la destilación de frutas fermentadas. Suele tener cuarenta grados pero el de segunda destilación, el prepečenica, llega hasta los sesenta. Afortunadamente estamos con el primero.

El chigrero se me queda mirando fijamente mientras apuro el primer trago, esperando ver una cara de sorpresa, de dolor… Entorno un poco los ojos y, sin cambiar la expresión le hago un gesto con el pulgar arriba mientras exclamo. ¡cojonudo! Se ríe y me vuelve a llenar el vaso.

Él no habla inglés, ni nosotros macedonio. El emigrado se ha ido y nos quedamos solos en la tienda con el dueño que, por cierto, es un fan irredento de Ferrari y Fernando Alonso. Se alegra mucho de saber que somos de la misma tierra que Fernando Alonso. De Suiza no, de Asturias.

“Jefe, póngame otro chupito de rakia”

José Manuel no es muy dado a beber alcohol y lo ha probado, más por cortesía que por otra cosa. José Luis no pasa del segundo.

Apuro el tercer vaso brindando con mi hermano macedonio, albano, kosovar o lo que sea. Recogemos la compra y salgo entre eructos etílicos.

 

Tetovo. Obviamente me suena a tetas. Su nombre significa “Ciudad de Teto”, un héroe local que, al parecer, limpió la ciudad de serpientes. Soy como un crío, cuando oigo tetas, caca, culo, pedo ya me da la risa y me lo paso bomba con juegos de palabras. Si hay adultos delante
que me lo echen en cara, aún mejor. En este caso, como estoy solo dentro del casco y respirando vapores de aguardiente, me río solo. Seguro que cualquier día de estos maduro y pierdo la parte infantil.

Los arrabales de Tetovo no tienen nada de gracioso. En lugar de entrar a la ciudad por la nueva autopista lo hacemos por uno de los barrios del sur. Las mezquitas proliferan por doquier y son, con diferencia, los edificios más cuidados. El resto parece fenecer entre calles polvorientas y descuidadas. Las tiendas muestran su mercancía en el exterior y los comerciantes se afanan en regar la calle para evitar el polvo. Circulamos entre coches destartalados y furgonetas que hace lustros dejaron de ser nuevas. Basura, suciedad y baches.

 

Frontera de Kosovo. Da un poco de “cosa” llegar a la frontera de Kosovo. Esta es de segundo orden, no tiene nada de especial. No hay fuerzas de intervención de la KFOR, ni soldados armados hasta los dientes. Uno de los guardias, mientras esperamos el papeleo, me habla en portugués. Resulta que ha estado emigrado en Suiza, trabajando en la construcción con albañiles portugueses y, mira tu por donde, se le ha pegado el idioma. Yo llevo años avanzando a paso de caracol con el inglés y este guardia fronterizo, tímido y cohibido, aprende portugués en… Suiza! Hay que joderse.

Después de los trámites aduaneros contratamos un seguro de viaje obligatorio para entrar en el país. Tiene una validez de un mes y nos cuesta quince euros.

Kosovo nos recibe con más montañas plagadas de bosques. Me recuerda un poco a Asturias pero más frondoso.

Paramos a comer al lado de una fuente. Sacamos el chorizo, el queso, las conservas… un pic-nic en toda regla. Un enorme todo terreno de la policía de fronteras se detiene a nuestro lado. Se baja un policía panzudo y, cuando creo que va a pedirnos los papeles nos saluda amablemente y echa un trago en la fuente.

Un poco más tarde llega un hombre de mediana edad con su esposa. Conduce una furgoneta pequeña de la que saca una caja de fresas para lavarlas. Hablamos un rato en francés y me cuenta que ha estado trabajando en Francia casi toda su vida. Al enterarse de que vamos hacia Pec nos recomienda hacer la ruta por el sur, por la ciudad de Pizren, atravesando el Parque Nacional de Sharr. Nos regala unas fresas para el postre.

El parque Nacional es una sucesión de curvas hermosas enmarcadas, como no, entre bosques. Me llama la atención que, en cada puente, hay una señal que indica el peso máximo para carros de combate. Definitivamente este es un lugar distinto y extraño.

Kosovo hace diez años estaba dándose de leches. La cosa comenzó cuando el tristemente famoso Milosevic aumentó la presión sobre la mayoría albano-kosovar en lo que, por aquel entonces, era una provincia serbia. Los serbios aquí eran minoría y las tensiones fueron en aumento. La bronca estaba servida. Los albano-kosovares se sublevaron, hubo guerra de guerrillas y los asesinatos masivos por parte del ejército serbio se multiplicaron. ¿cómo terminó todo? Con la intervención de la KFOR, el bombardeo de Belgrado y la retirada de los serbios. Hay quien sostiene que todo fue una capaña de los EE.UU. que necesitaban tener más presencia en la zona y derribar el régimen serbio. Adiestraron a las fuerzas de la guerrilla UÇK e inflaron la cifra de muertos para que hubiera más presión de la comunidad internacional y la CIA anduvo metida de por medio.

En fin, cosas de los Balcanes, de sus líos étnicos y de su carácter guerrero donde los haya.

El Parque Nacional de Sharr ha desaparecido de mi vista, siendo sustituido por una espesa capa de bruma y un chaparrón de gotas gordas como puños. Me gustaría haber visto el pino de Macedonia, la rosa alpina o cualquiera de sus especies vegetales emblemáticas pero, con este día, tendré que conformarme con ver la carretera. Las gafas se me empañan. La pantalla del caso se me empaña. Las botas está llenas de agua y mi desesperación va en aumento. Obligo a mis compañeros a detenerse cada dos por tres porque se me hace imposible continuar la marcha. Odio este casco. No consigo ver nada y, desesperado, abro la pantalla. Las gafas se inundan de agua de lluvia y, de nuevo, tengo que detenerme.

Circulo por la mitad de la carretera, formando una enorme caravana detrás de mí. Esto es una auténtica mierda.

Al llegar a Pizren ha dejado de llover y me detengo en una plaza, al lado de la terraza de una cafetería. Me gustaría tomar algo, conocer la ciudad. La gente nos saluda desde la acera, nos tocan el cláxon, todo son miradas amables. Después de un breve cónclave se decide continuar hacia Pec. No estoy conforme con la decisión pero no digo nada. Si viajase solo, o con mi amigo Gelu, habría parada aquí para quedarnos a dormir. No sé por qué pero el sitio tenía algo que me atraía. Obviamente, a mis compañeros de viaje no les sucede lo mismo o sea que continuamos la marcha. No es que me moleste, al fin y a la postre cuando viajas con más gente todos tenemos que adaptarnos a los demás en mayor o  menor medida. Hasta ahora las cosas con ellos van perfectamente. Hay buena armonía y no hay discusiones entre nosotros. Aún recuerdo las tensiones entre los dos que me acompañaron en mi viaje a Mauritania. No quiero que eso se repita y menos por mi culpa. Lo que pasa es que me quedaré con la duda de si Pizren tenía algo que me estaba llamando. Otra vez será. El viaje continúa y la ciudad seguirá estando aquí para cuando decida visitarla.

En Kosovo la gente, en general, es muy amable. No están acostumbrados al turismo y todo el mundo nos
pregunta si necesitamos algo.

Son las seis de la tarde y estamos delante de uno de los monasterios más famosos de Kosovo. José Manuel nos ha dicho el nombre pero yo ya no lo recuerdo. Para llegar aquí hemos tenido que pasar por una carretera con grandes bloques de homigón atravesados a modo de "laberinto” para impedir la entrada de vehículos en línea recta. Al fondo, un control de la KFOR con dos soldados italianos de dos metros de altura. Resultan impresionantes con sus armas ultramodernas y su equipo militar. Yo, que ni siquiera he hecho la mili me siento muy acongojado con estas cosas. Están vigilando constantemente los lugares patrimonio de la humanidad. El monasterio ya ha cerrado así que, antes de que anochezca del todo nos iremos a Pec. Mañana será otro día.

Se ha hecho de noche y, a medio kilómetro de la carretera principal puedo ver la enorme iluminaria del cuartel general de la KFOR. No me gusta viajar de noche por lugares que no conozco.

En Pec buscamos un hotel barato para quedarnos a dormir. Conecto la WIFI del iPhone y compruebo, asombrado, que hay muchos lugares de la ciudad con red gratuita. Nuestra búsqueda se prolonga durante más de media hora hasta que, en un aparcamiento se nos acerca un hombre con camisa floreada y bermudas. Nos pregunta si necesitamos algo y le contesto que si, que un hotel bueno, cerca del centro, barato y seguro. Después de pensar un rato saca su móvil y hace unas llamadas. Al momento se presenta un taxi que nos guiará hasta el hotel que nos ha recomendado. Le paga la carrera al taxista y no permite que le demos más que las gracias.

Definitivamente, o este es un país de gente amable o nos estamos encontrando con los habitantes más solícitos.

En el hotel guardamos las motos en la recepción. Solo la BMW y la mía. La Varadero no cabe. Nos duchamos, me conecto a internet para dar el parte de novedades a mi familia y nos vamos a cenar.

El recepcionista del hotel Dona, un chico joven y dispuesto, nos acompaña al restaurante bueno y barato que pedimos, está a un par de manzanas. La comida se pide a la entrada, en una pequeña cocina con un par de planchas y una vitrina que nos separa del cocinero. Llega un taxista dicharachero que nos bombardea a preguntas. Ha estado trabajando muchos años en Alemania y habla alemán, francés, italiano y albanés. De español solo sabe algunas palabras. En italiano nos vamos entendiendo bastante bien. Nos recomienda las especialidades de la casa y nos invita a las ensaladas y a los extras que se salgan del plato básico. En mi plato hay salchichas, chorizo kosovar, pimientos escabechados… todo está delicioso y pagamos catorce euros por los tres platos, cerveza incluida.

Este país ha de merecer otra visita, que duda cabe.