A fuerza de madrugar todos los días el cuerpo se acostumbra y hoy no es ninguna excepción. Mientras Gelu duerme yo preparo todo mi equipaje y bajo a la recepción a conectarme a Internet y bajar el correo.
Cuando la Bella Durmiente hace acto de presencia nos vamos a desayunar un par de burek para salir con energía de nuevo hacia Croacia. El burek son una especie de salchichas de cordero fritas metidas en un trozo de pan parecido a la masa de la pizza y servido con abundante cebolla cruda. Quizá un alimento un poco fuerte para el desayuno, pero delicioso.
Pateamos la zona céntrica de la ciudad, el barrio turco medieval, donde se hayan las tiendas de los artesanos agrupadas por gremios. Hojalateros, joyeros, ceramistas, plateros… todos distribuidos por calles en este exclusivo centro comercial. Allí hicimos algunas compras y me dejé seducir por las mezquitas y las calles adoquinadas. Solo en Sarajevo puedes encontrar, a tiro de piedra, una mezquita, una sinagoga y una iglesia coexistiendo de forma pacífica.
Por aquí todo está restaurado o reconstruido de modo que ya no quedan señales de la guerra. Desde el año 96 se han afanado en volver a poner en pie todo lo que fue destruido en la guerra de los Balcanes de modo que solo hay señales de ésta en algunos edificios del centro y en la zona del aeropuerto, un barrio periférico mucho más pobre que el resto de la ciudad.
Ayer, mientras buscábamos afanosamente un albergue económico, el GPS nos guió por la zona alta de la ciudad, ofreciéndonos un tour de lujo por los barrios más altos en las laderas de las montañas que rodean Sarajevo. Recorrimos la Snipper Alley, la famosa Avenida de los Francoritadores donde los serbios aterraban a la población apostados en los edificios altos disparando a todo lo que se movía.
Hoy nos encontramos con una especie de tienda-museo en la que puedes comprar objetos de la guerra, desde un subfusil artesano hasta una bandera de la cruz roja. Me pareció un lugar terriblemente obsceno y, mientras observaba aquella colección de objetos creados para matar, volví a sentirme como unos días atrás en Croacia, una especie de pérfido voyeur que convierte la desgracia en algo lúdico. Salí de la tienda con un escalofrío y volvimos a sumergirnos en la acogedora marea de turistas que comenzaban a tomar el barrio turco. ¿He dicho comenzaban? No sé por que extraña razón me excluyo de este apelativo cuando lo único que me diferencia de esta masa son el casco y las botas.
Las motos han quedado en el callejón de acceso al Youth Hostel, vigiladas por el recepcionista y hacia allí nos encaminamos para proseguir viaje con destino incierto. La idea es continuar en dirección norte, hacia Croacia de nuevo y luego a Eslovenia, pero la ruta aún está por decidir.
Cuando nos damos cuenta estamos en las afueras de Sarajevo, dejando atrás el impresionante cementerio con sus miles de cruces blancas. No será el último respingo pero sí el más extraordinario por todo lo que representa este lugar. Vamos por una de las salidas secundarias, con mucho tráfico y mal piso, sorteando, con bastante soltura, baches, furgonetas y camiones destartalados. Destacando sobre unos verdes prados emerge una mezquita de cristal, blanca y azul, de inmaculada perfección, como si Alá en persona acabara de darle lustre. El dinero procedente del petróleo saudí llega a raudales para mezquitas y madrasas, pero el resto de infraestructuras parece que no son de tanta necesidad: lo primordial es alimentar el espíritu que este país ya dispone de sus 50 kilómetros de autovía, todo un lujo.
Van sucediéndose cementerios musulmanes, con sus monolitos blancos en cada pueblo y algunos, muy pequeños y aislados, asociados, seguramente a la guerra. Me resulta imposible sustraerme a la idea de la muerte y voy meditando sobre ello la mayor parte del trayecto. Esta zona no tiene demasiado atractivo hasta la zona de Zenica. A partir de aquí el paisaje cambia, se diversifica y vuelven los bosques frondosos, los prados, las casitas… La gente se afana en recoger la hierba, henificando como hace veinte años en Asturias, sin maquinaria, a fuerza de tracción humana. La siega a guadaña, el secado, el almiar con su palo central… unas tareas que para mi tienen una fuerza plástica indescriptible aunque, a buen seguro, los participantes en la misma no sean de igual opinión. Desde mi posición privilegiada sobre la moto voy disfrutando de estas tareas ancestrales y pienso que sería bonito detenernos a echar una mano. Si estuviera viajando en solitario no lo hubiese dudado.
A la hora de comer nos detenemos en un bar de carretera de los muchos que hemos visto en este país. La chica que nos atiendo no habla inglés que es el idioma que estamos empezando a manejar con comedida soltura, de modo que, por señas, le indicamos que nos ponga de comer sin importar el qué. Ella, en bosnio o en serbio, a saber, nos insiste para que escojamos plato de una carta que se nos antoja ininteligible. Nos reímos un rato y al final nos trae lo que le parece, una especie de carne estofada con salsa que está bastante buena junto con una ensalada.
De repente un estruendo nos saca de nuestra placentera conversación: la Ducati Multistrada acaba de tumbarse en pos de una horizontalidad que en ella resulta antinatural. Ante una situación de estas, cuando se le cae la moto a un amigo, uno no sabe si reír o si llorar, que decía Sabina, así que opto por mantener un piadoso silencio mientras ayudo a Gelu a poner la máquina en pie con resignada consternación. Los daños no han sido muy cuantiosos: el espejo colgando con su intermitente integrado así como unas preciosas rayas en el carenado recién pintado. Cuando la cosa se tranquiliza me atrevo a hacer unas chanzas sobre la querencia de esta moto a “tumbar” y le comento al sufrido propietario lo bien que habría estado sacar unas fotos para la página
– Si, no te jode, si la moto fuera tuya también sacaba yo unas fotos –
La reparación con cinta amercicana resulta tarea imposible así que se opta por desmontar el espejo y guardarlo para mejor ocasión.
Mientras se realizaba el parte de daños y la ulterior reparación frustrada encontré un casquillo de pistola, una 9 mm. creo, y me lo guardé como recuerdo. Por lo que se ve el que tuvo, retuvo.
Mientras comemos pasa un convoy militar.
Entramos en la República Srpska, los serbios de Bosnia y las señales de la guerra vuelven a ser más visibles conforme nos vamos acercando a la frontera norte con Croacia. En lugar de continuar por la E73, el GPS se empeña por meternos por carreteras secundarias hacia Slavonski Brod, ya en territorio croata. Aquí no solo no hay turistas sino que el tráfico local es entre escaso y nulo. Resulta un poco turbador rodar por estas carreteras desiertas, plagadas de pueblos abandonados, con fincas de labor cubiertas de matorral y sin un alma alrededor.
Ya en el paso fronterizo, me equivoco y me meto en la zona reservada a camiones con la consiguiente bronca de uno de los subhumanos que atiende la frontera, siempre duchos en el innoble arte de humillar a los seres superiores. A Gelucho un guardia con cara de niño, calculo que no tiene más de veinte años, le hace quitar una de las maletas y la revisa en busca de tabaco o alcohol mientras que mi bota de vino pasa desapercibida.
Volvemos a estar en Croacia, hogar dulce hogar, con la vana esperanza de encontrar, de nuevo, mujeres tan hermosas como las de Split pero en lugar de eso seguimos haciendo kilómetros hacia el norte en busca de un lugar donde pasar la noche. Así es como, después de atravesar una extensa zona agrícola, salpicada de colinas y bosques, llegamos a Nasice donde la gran cantidad de motos que hay en el pueblo nos hace detenernos a tomar algo.
Por el camino ya nos habían adelantado algunos R quemados, a velocidad absurda con lo cual dedujimos que se cocía fiesta motera por los alrededores.
Efectivamente, unos nativos nos indican el lugar de la fiesta que resulta ser una concentración
en toda regla y en un marco incomparable. Nada más hacer acto de presencia ya damos un poco la nota, sobre todo Gelu que entró en el «banker» y casi se queda a vivir allí:
Allí, ya acampados al lado del lago abrimos la lata de chorizos caseros que Pepe nos ha donado para la ocasión y, después de una galleta de postre, nos disponemos a disfrutar de una concentración motera a la antigua usanza.
A las tres de la mañana, colocados como perros, nos vamos a dormir que mañana nos vamos a Hungría.
Deja tu comentario