Hoy te ha asaltado esa maldita idea. Te pasa a veces. Es como una mancha negra que se posa en tu alma y que se niega a abandonarte. Te ronda durante todo la mañana y por la tarde, cuando ya has decidido que el mundo es una mierda, te subes a la moto para despejar.

Enfilas esa carretera que conoces tan bien, las primeras curvas te acarician y el rumor del motor lo inunda todo.

Otra curva y todo sigue igual de negro.

La siguiente es de tercera marcha. Es todo tan automático, todo tan mecánico que ni siquiera necesitas pensar en lo que estás haciendo. Sin embargo todos tus sentidos están concentrados en la conducción.

Una pequeña recta.

Aspiras el aroma de los pinos y disfrutas del escalofrío en aquella zona de sombra.

Se está formando un bache nuevo. Ha comenzado con una pequeña grieta hace unos días pero hoy ya es un pequeño socavón. Tendrás que cambiar un poco la trazada al salir de la curva para no comértelo el próximo día.

Al fondo de la recta ves una luz que se acerca. Parece una Triumph. O una BMW. Es una moto grande, con maletas. Esbozas una sonrisa de medio lado, entre la envídia sana y ese fastidio del que luego tanto de avergüenzas. La envidia mala.

Levantas la mano y saludas. Otro escalofrío sobreviene al saberte compañero, colega de ese desconocido con el que te acabas de cruzar.

Y comienzas a planear tu viaje, ese que ves tan irrealizable y que parece ser tan solo un ejercicio imaginativo para no aburrirte. Siempre es lo mismo. Primero comienzas con el viaje, luego lo de la lotería. Después escoger la moto y el itinerario. La cámara de fotos, el ordenador… Lo retransmitirás por internet? No. Será tu viaje. Llamarás a la familia y gracias. Será tu gran viaje, el viaje de tu vida.

Fantaseas un rato más con esa idea.

Vuelves a la carretera y eres consciente de que has recorrido varios kilómetros en modo automático, con la cabeza muy lejos. Eso te asusta un poco.

Lanzas una mirada furtiva a aquellos peñascos del fondo. Un día tienes que ir hasta allí a verlos de cerca. Llevas pensándolo desde hace años. Lo cierto es que no sabes ni por dónde se llega.

Un puente, un túnel, unos paseantes que arrastran sus pies por el arcen…

Todo te pertenece. A todo perteneces. Todo esto lo sientes tan tuyo que, lo negro ya hace rato que comenzó a diluirse y del gris has vuelto al tecnicolor. Vuelves a formar parte del paisaje. Vuelves a sentirte una pieza más en este puzzle en el que encajas a la perfección.

Estás en ruta.