Los viajeros o, simplemente, la gente que viaja, tiene varias responsabilidades. No sabría decir cuál es más importante, pero una de ellas es dejar el pabellón bien alto para los que vengan detrás. Somos moteros, motoqueros, motoristas; somos la gente de las motos. Tenemos ese sentido de pertenencia a una comunidad: nos saludamos en la carretera, nos ayudamos si vemos una avería, nos damos cobijo y amparo unos a otros.

Somos solidarios.

Esto no es asunto baladí. Es algo que forma parte de los códigos de honor de la gente que está unida por algo más que desplazarse en vehículos del mismo tipo.

Si somos solidarios entre nosotros, tenemos la obligación de dejar un buen recuerdo por cada sitio que pasemos y, por eso, nos revienta el alma cuando vemos en el noticiario reseñas que nos hacen parecer una panda de descerebrados. La mayoría de nosotros no somos así.

Desarrollaré un poco más el tema partiendo de un ejemplo.

Había una pareja que viajaba en moto por el mundo; no recuerdo por qué parte. Se jactaban de irse sin pagar en los hoteles y restaurantes y, en general, de ir ahorrando gastos a base de comportamientos muy poco honestos. Las críticas que tuvieron en las redes sociales supongo que les quitarían las ganas de seguir haciendo el idiota por el planeta.

Ese tipo de comportamientos son insolidarios porque lo que hacen es dejarnos a todos los motoristas en mal lugar.

Porque el encargado de la gasolinera, del restaurante o del hotel lo que va a pensar la próxima vez que aparezcan moteros por su establecimiento es que tiene que tener cuidado. Va a estar a la defensiva y el trato que dispensará a los siguientes viajeros motorizados será distante. Si recalas en su negocio y necesitas ayuda, es probable que no recibas más que indiferencia o desprecio.

De la vida recibes lo que vas sembrando; estoy convencido de ello. Quizá no sea inmediato, pero la justicia cósmica o como quiera que le llames (decía mi abuela “castigóte Dios”) hará que todo encaje en su sitio y recibas lo que te mereces.

Esto es una cuestión de equilibrio. Todo lo que sube baja y todo tiende a alcanzar la estabilidad.

El caos aspira a la calma y a toda acción le sigue una reacción. La existencia es un puro bucle que vuelve al vacío absurdo de la quietud.

Entre esas responsabilidades viajeras también está el dar a conocer lo que vemos, contar nuestras experiencias.

No me refiero a poner fotos de forma compulsiva en internet ni a plasmar en un reportaje de vídeo nuestros viajes como si nuestra vida fuera el Informe Semanal.

Me refiero a contar a nuestros amigos lo que hemos visto en otros países, lo que hemos aprendido de otras personas que encontramos en nuestro camino; en definitiva, a compartir nuestro conocimiento.

Quizá creas que a un refugiado sirio que malvive bajo unos plásticos en las afueras de Mersín, en el sur de Turquía, no le sirve para nada que tú se lo cuentes a tu grupo de amigos en el bar.

O puede que pienses que de poca ayuda va a ser el escribir en Facebook una pequeña reseña de lo dura que es la vida para las personas de castas inferiores en la India.

Pero no. Sí que sirve. Sirve para que todos seamos más conscientes de cómo se vive en otros lugares del globo, alejados de nuestros pequeños problemas del primer mundo. Y sirve porque se lo estás contando tú, que has estado allí, y los que te escuchan son tus amigos. No es algo que le cuente la caja tonta.

Sirve para que tu círculo íntimo sepa que en Noruega te regalan una cuna después de parir o para que le pierdan el miedo a países que nos presentan como el mismísimo germen del mal.

Sirve para reconocer que, en mayor o menor medida, todos estamos conectados en cierto modo. Que todos estamos unidos por un hilo invisible aunque no nos demos cuenta.

El otro día lo comentaba yo escribiendo una pregunta lapidaria: “¿Qué te hemos hecho los demás para que no quieras ser como nosotros?”

Los demás. No quiero ser como los demás.

¿Por qué? ¿Somos tan chungos? ¿Qué tienes tú que no tengamos “los demás”?

¿Eres especial? Pues claro que eres especial, como los demás: únicos en nuestra perfecta individualidad.

Pero sin los demás, sin el resto de la humanidad, nuestra individualidad no vale nada.

Viajar nos enriquece como personas, a nosotros y a los que viajan con nosotros en su imaginación.

Viajando nos convertimos en voceros de personas que no tienen voz. Viajando somos testigos de lo que no sale en las noticias pero que son noticias importantes. Porque estar vivo en una aldea perdida de Nepal o talando árboles en un bosque de Wisconsin es una noticia tan importante, o más, que haber marcado el gol del milenio.

Encontrarte con un pastor de cabras en medio de la montaña e intercambiar una charla agradable sobre las cosas importantes del mundo es una gran noticia digna de contar.

Todo es relativo.

Y cuando viajas, encontrarte con alguien que te brinda su casa, que te ayuda a reparar la moto o que te regala un pastel en una gasolinera es una noticia importante. Para quien la vivió y para los que la escuchan.

Esas noticias de pequeñez gigante, esa sonrisa triste de un crío en un poblacho del Sáhara, ese apretón de manos que precede a una despedida amarga, ese abrazo sincero… todo eso, motorista, son las noticias que nos importan. Son las noticias que nos traen cada semana a esta casa gente que está descubriendo lo que hay en el mundo.

Son las noticias que te trae Viajo en Moto: que todos estamos en el mismo barco y que el resto de la tripulación no son enemigos.

El mundo está lleno de gente amable y buena que desea ayudar a los demás. Justo lo mismo que tú harías si ves a alguien en apuros.

Ese es el mensaje.

Ese es el aprendizaje básico del viaje.

Y esa es la responsabilidad del viajero: viajar, dejar buenos recuerdos y volver con recuerdos imborrables.

¡Cuéntaselo a todo el mundo!