Hay un dicho muy popular que afirma que “segundas partes nunca fueron buenas”. Me imagino que quien lo acuñó se refería a hecho de ir buscando las mismas sensaciones que nos embargaron esa primera vez. Pero, en ocasiones, la segunda parte puede resultar mejor que la primera.

Entre mi primer viaje a Albania y el segundo pasaron unos trece años y puedo deciros, sin lugar a dudas, que el segundo fue mejor que el primero.

El primero, además de ser más novato en esto de los viajes, iba con dos personajes que, con el tiempo, demostraron ser bastante advenedizos. Vale más no entrar en detalles.

En el segundo viajaba con Gelucho, amigo desde que el mundo es mundo y con el que ya había compartido carretera en muchas ocasiones.

Al margen de esto, disfruté mucho de Albania y me quedé bastante sorprendido con los cambios que sufrió el país en estos trece años. 

De ser la chatarrería de Europa, el lugar al que iban a parar los Mercedes desahuciados que ya no servían ni para mandar a Marruecos, Albania dispone ahora de un parque móvil envidiable. Los ojos me hacían chiribitas al ver, cada dos por tres, coches de altísima gama circulando por carreteras que ya nada tenían que ver con lo que yo había visto unos años atrás. 

Igual  me falla la memoria a medio plazo pero, al menos en España, el cambio sufrido en una década no ha sido tan drástico. Ni por asomo. 

En el campo aún se veían animales arando o tirando de carro por aquel entonces. Aún había campesinos segando con guadaña y en general, Albania parecía haberse detenido en los años ochenta. Nada de aquello parece haber existido.

Eso por no comentar el boom turístico de la costa donde la oferta hotelera y hostelera en general se ha multiplicado por mil. Claro que tanta modernidad y tanto cambio también afecta a los precios y si antes viajar por Albania era un saldo ahora ya no lo es tanto. En la costa los precios son relativamente caros para los estándares que yo manejaba y en el interior… lo mismo. Aquellos chollos de comer por cuatro perras han desaparecido en estos tiempos modernos.

Pero el saldo, en general, es positivo. Me ha gustado ver como un país que era lo más atrasado de Europa, se está convirtiendo en un sitio en el que sus ciudadanos pueden disfrutar de un nivel de vida más acorde con el siglo XXI. Si no todos, por lo menos más que antes.

En cuanto al viaje en sí mismo, otro día lo comentamos.