A las ocho de la mañana comienzan a sonar las campanas de la iglesia que tengo al lado. De su afilado campanario salen unas notas agudas y desagradables que se extienden por el valle como una maldición. Durante diez minutos maldigo al campanero y a toda su estampa así como el pésimo gusto del constructor de semejante instrumento de tortura. Al final el estruendo hiestérico es sustituído por otro un poco más grave y este por otro aún más y esta abominable sinfonía se repitió durante media hora con sus campanas en tono decreciente. Aproximadamente en el minuto veinte de concierto no pude más y me levanté refunfuñando y reprochando el poco respeto de estos cristianos por el descanso ajeno. ¿No les ha dicho nada su profeta al respecto?. ¿Acaso son necesarios treinta minutos de estruendo para llamar a los fieles al rezo?. ¿Dónde han dejado el recogimiento?. Abogo por la fe silente y el agnosticismo respetuoso. Lo que hasta entonces era un lugar hermoso para vivir se convirtió, de repente, en un abominable infierno donde la tortura se practicaba sin piedad los domingos por la mañana. Por sorpresa los valles perdieron su encanto y la hermosura de los afilados campanarios pasó a ser una aguja afilada que laceraba la existencia. Malditos cristianos.
Por fin ha pasado el concierto campanil y la tranquilidad inunda de nuevo el valle. Mientras escribo mi diario sentado en un banco del parque pasa ante mi el que, supongo, es el monje campanero.
– Buon giorno, fratello-, le espeto mientras oculto, cínico, lo que en realidad pienso de él a la vez que descubro la cabeza caballerosamente.
En el hospital Valeria me explica que hoy es un día de “grande fiesta” en honor a la Virgen María de no sé qué. Habrá una procesión muy vistosa y fuocco en el monte, unas hogueras que pueden verse por todo el valle y que simbolizan algo de lo que no me entero muy bien. Además es el día de los secesionistas pro-austríacos y las calles están engalanadas con el rojo y blanco de la bandera de Austria. De todas las personas con las que hablo no hay nadie que se sienta italiano. Tampoco austríacos. Lo que sí tienen claro es la defensa de sus tradiciones y de su particular idiosincrasia, lengua incluída. Más cercanos a Austria por cultura, por idioma y por el nivel de vida, no quieren saber nada de italia, aunque todos hablan italiano como segundo idioma con más o menos soltura, como el caso de Edmund.
A Pedrossi, el vecino de cama, ya lo han dado de alta esta mañana. Ahora hay un magrebí que tuvo un accidente en el mismo lugar que Gelucho, en la gasolinera de Pratto dello Stelvio. No solo en el mismo sitio sino de la misma forma, un coche que giraba a la izquierda para entrar en la gasolinera y que no vio a pobre africano que circulaba tranquilamente por su carril. A mi me parece sorprendente.
Mi compinche hoy ha pasado mala noche, según él la peor de su vida, con grandes dolores y sin ningún remedio eficaz. El médico nos dice que tiene que quedarse cuatro o cinco días más. Para nosostros, que esperábamos salir el martes, esto es un enorme jarro de agua fría. A la vista de estos nuevos datos decido regresar el miércoles. No puedo esperar al fin de semana para saber si le dan o no el alta para su traslado y exponerme a llegar a casa el miércoles o jueves de la semana siguiente. No me agrada la idea de dejarlo aquí solo pero no puedo seguir aquí más tiempo. He agotado los días de vacaciones y estoy “de prestado”. La previsión era que le darían el alta el lunes pero la cosa se alarga más de lo previsto.
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