En el año 2007 nos dejó un icono pop por excelencia, uno de los que se ganó a pulso, y nunca mejor dicho, el ingreso en la iconografía de la modernidad de los setenta. Evel Knievel se hizo famoso por sus saltos en moto, pero no por unos saltos cualquiera sino por los saltos más arriesgados y locos que uno pueda imaginar. Uno de sus primeros saltos fue sobre 16 coches en Gardena (California) pero pronto estas hazañas fueron subiendo de tono, al igual que su fama. El 1968 se la jugó en Las Vegas saltando 46 metros y sufriendo un aterrizaje tan aparatoso que lo mantuvo en coma durante 30 días. Esto incrementó su fama hasta niveles histéricos, sobre todo cuando en Canadá consiguió batir su propio récord y saltar sobre 19 coches.
Evel arengaba a sus seguidores y a la juventud en particular lanzando proclamas para alejarlos de las drogas. El carisma y la audacia de Knievel hicieron que el público americano lo adorase con locura.
Vinieron luego, años de ocurrencias y de buscar el más difícil todavía, como saltar sobre trece pares de autobuses ante 90.000 personas en el estadio de Wembley en el año 1975. El resultado fue otra estrepitosa caída en la que se fracturó la pelvis. O el salto sobre una piscina llena de tiburones en la que se llevó por delante a un cámara y a un espectador. Él se rompió ambos brazos. Dicen que Evel Knievel ostenta el récord Guiness de huesos rotos, 35 nada más y nada menos.
Pero Knievel fue algo más que un intrépido acróbata. En Estados Unidos era uno de los personajes más populares hasta el punto de rodarse dos películas sobre su vida (Evel Knievel y Viva Knievel) y consiguió revitalizar la industria del juguete con cientos de miles de cachivaches de su imagen.
Y como todo icono popular se convirtió en un superhéroe con su propio cómic, codeándose en la Marvel con otros magníficos. Sin embargo su vida en el cómic fue fugaz y con final rocambolesco. Resulta que uno de los antiguos representantes de Knievel, Shelly Saltman, quiso sacar tajada de su relación pasada con el acróbata y publicó una biografía no autorizada. Evel, que en su juventud, cuando vendía motos Honda, ofrecía una rebaja de 100$ al cliente que le ganase en un pulso, la emprendió a sopapos con el señor Shelly de modo y manera que el primero se arrepintió de sus excesos literarios y el segundo acabó con sus huesos en la cárcel. Esto contrarió mucho al fabricante y patrocinador, Ideal Toys, la fábrica de juguetes que estaba sacando buenos beneficios de los juguetes de Knievel. Sopesaron el asunto y decidieron dejar de patrocinar al acróbata y, por ende, suprimir la línea de productos con su imagen. Pero a los dólares les sienta mal estarse quietos así que Ideal Toys sacó un tiempo más tarde una nueva línea de juguetes que eran básicamente igual que los de Knievel pero con el nombre de Team America.
Mientras tanto en la Marvel se habían quedado ojipláticos viendo como, de la noche a la mañana, uno de sus héroes de papel se hundía en las encuestas. El cómic de Knievel era de carácter promocional con idea de dar a conocer (y sacar su porcentaje) la línea de juguetes de Ideal. Cuando los de Ideal Toys les llegaron con la propuesta de hacer unos cómics con su nuevo equipo, los Team America, les faltó tiempo para acordarse del éxito de los G.I. Joe de Hasbro así que no les tembló el pulso a la hora de dibujar a los nuevos monigotes. Y así, en el nº 226 de El Capitán América, tres nuevos supercachas enfundados en lycra, aparecieron haciendo alegres piruetas junto a su amado capitán. Habían nacido los Thunderiders.
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