Mi moto no tiene nombre. O mejor dicho, tiene un nombre genérico “La Moto”. No precisa de más detalle ni de más personalización nominal. Solo tengo una y cuando hablo de ella el receptor identifica inmediatamente “La Moto” con la Suzuki vStrom que tengo en propiedad. Una vez intenté darle un nombre, otorgarle alma y bautizarla para que no anduviese por esas carreteras de Dios sin el sagrado sacramento bautismal.

 Pero fracasé. Igual el nombre que escogí para ella, Srta. Rattenmeyer, no era de su agrado. O igual no quiere tener apodo. El caso es que ella no se dio por enterada y nunca contestó cuando la llamaba por su nombre, o sea que desistí. Como lo del bautismo había sido sólo un proceso mental que ni siquiera llevé a cabo en voz alta me resultó sencillo deshacer el ritual: volví a realizar el proceso a la inversa y listo. Se quedó de nuevo sin nombre.

La verdad es que siempre me ha parecido una chorrada esto de poner nombre propio a los coches o las motos y si lo hice fue por no parecer “rarito”, porque me preguntaron varias veces por el nombre de mi moto. Y muchos, como yo, han puesto nombre a su moto porque otros lo habían hecho antes. Mercedes, Susi, Princesa Negra, La Poderosa, Victoria… Me imagino a los ingenieros japoneses buscando un nombre para el último modelo de RR.

–         Jai, Toranaga san.

–         Jai, Tuduri san.

–         Como vamos a llamal a este modelo?

–         Le llamalemos Suzuki Malicalmen 750 Ele Ele

Claro que eso de llamar Maricarmen a la moto podría dar lugar a algú que otro malentendido.

Puede pensarse que el propietario adquiere, al ponerle nombre a su moto, un vínculo afectuoso más grande que los que no lo hacemos. Podría ser pero, en cualquier caso, es un vínculo bien pasajero. Pocos son los moteros que, pasados unos años con la misma moto, no estén deseando cambiarla por otro modelo. ¿Qué amor fiel es ese? ¿Qué cariño especial se siente por el objeto si, a la vuelta de la esquina ya están mirando a otra con ojos golositos? Le pones un nombre cariñoso, inviertes afectividad, tiempo y dinero en la relación y luego, si te he visto no me acuerdo. Tanto nombre y tanta reverencia para esto.

Mentiría si dijera que no siento nada por mi moto, claro que siento. Tengo un apego enfermizo por ella y, a veces, me quedo mirándola por largo rato, como embelesado. Otras veces me siento ridículo porque sé que es sólo un objeto y no debería sentir apego por él. Pero lo siento. Sin embargo no es un apego personalizado en esta máquina en particular. Me ha traído y llevado durante más de 100.000 kilómetros sin percances ni averías dignas de reseñar pero estaba construida para eso. Siento el mismo apego que sentía por las anteriores y el mismo que sentiré, supongo, por las venideras.

Es decir, no es un amor verdadero por la moto en particular sino por todo aquello que me aporta. No es amor por el objeto sino por todo lo que lleva implícito. Y me da igual la marca mientras no me de problemas.

Por eso mi moto no tiene nombre.

Foto | sergis blog en Flickr-CC