Son varios los meses, demasiados para mi gusto, los que llevaba buscando una nueva moto. La vieja Teneré se había quedado definitivamente corta para mis pretensiones viajeras y los años comenzaban a marcarla peligrosamente. En el último viaje largo se pusieron de manifiesto algunos síntomas que desaconsejaban seguir con esta moto mucho más allá. No voy a decir que fuese una decisión difícil, pero tampoco me resultó fácil desacerme de un plumazo de la Yamaha, sobre todo ahora que estaba a mi gusto.

 

En fin, renovarse o morir para seguir rulando, dicen. Pero ayer, todas las dudas que tenía se disiparon de un plumazo cuando fuí a  recoger, (Alejando, lo de reCOGER se puede decir allá?), mi nueva Vstrom DL-650. Mientras Edu, su anterior dueño, me explicaba como se abrían las maletas e intentaba mostrarme facturas y garantía yo hacía oídos sordos y solo percibía una especie de murmullo lejano. Toda mi atención estaba en la moto que tenía frente a mi, de modo que mis sentidos nada percibían.

 

Cuando, por fin, salí del garaje a lomos de mi nuevo vehículo me sentí un poco más libre. Dan, un colega danés, fanático de su Vstrom, me esperaba para acompañarme un trecho. Creo que su intención última era ser testigo de la emocionante “primera vuelta” de otro apasionado de las motos. Se había recorrido unos 120 km para ser partícipe del “evento”.

 

Salimos hacia la autopista y en los primeros metros ya me sentía bien encima de la moto. Comencé a adelantar camiones y cuando quise darme cuenta estaba circulando a 150 km/h, con algún pico de 160. La primera sorpresa fue constatar que la moto corre de verdad.  Además, su aplomo en encomiable, incluso con las dos enormes maletas Givi y el top case. A partir de 130 se notan unos pequeños “toques” que no sabría muy bien como definirlos. Es como si el tacto cambiase un poco, transmitiendo al manillar una sensación distinta. Por supuesto nada inquietante y seguramente achacable al cambio aerodinámico al llevar las maletas.

 

Y por supuesto nada que ver, absolutamente nada que ver con mi anterior moto que, creo recordar vagamente, era una Yamaha Teneré. Hay un abismo entre una moto y otra: ausencia total de vibraciones, respuesta del motor a cualquier régimen, suavidad extrema en el cambio, ergonomía… y lo más importante: cómoda. Había leído ríos de bits sobre las turbulencias ocasionadas tras la pantalla de serie y estaba preparado para ello, sin embargo, mientras rodaba por la autopista intentando sopesar las sensaciones, constaté que no me molestaban en absoluto. Quizá al rebufo de los camiones o furgonetas notaba algo de turbulencia, pero, comparado a lo que estoy acostumbrado no era nada. Ya veremos que tal le va a la pasajera.

 

Nos salimos enseguida de la autopista y entramos de lleno en la nacional, con poco tráfico y buenas curvas para probar el aplomo de la nueva máquina. Perfecto. Trazadas seguras, sin extrañas reacciones y sin los molestos vaivenes a los que estaba acostumbrado. Definitivamente la sonrisa que se me dibujaba en el interior del caso presagiaba una perfecta simbiosis con esta moto.

 

Después de un café Dan volvió a Cangas de Onís, aún le quedaban más de 150 km. hasta su casa, y yo continué mi solitario contacto con la dama por el Corredor del Narcea, disfrutando de los paisajes otoñales con una sensación especial. Temperatura perfecta, ocres y amarillos enmarcando la ruta y el amplio valle del río Narcea meciéndome con suavidad: una tarde impecable para gozar como “una niña con zapatos nuevas!” que diría Dan.

 

El ascenso al Puerto del Palo, viejo conocido, los realizo con consumada maestría, tomando las diversas sucesiones de curvas sin que la moto insinúe ni siquiera un extraño. Al entrar en la curva imaginas la trazada y allá se va la moto, trazando sin dudar por donde tú has ordenado.

 

En la bajada, cerca del Santo de Salime, hay una zona de curva-contracurva en la que la moto cambia rápidamente de inclinación y en este punto encontré a la Vstrom un poco más lenta de reacción, ignoro si fue porque tomé las curvas con más prudencia que otras veces o porque le cuesta trabajo desplazar el peso.

 

En cualquier caso la moto es una maravilla: empuja de verdad, es aplomada, cómoda y para rematar, una preciosidad. Total que no me acuerdo qué moto tenía antes, (lo siento, pequeña, soy un truhán, no te convengo)