Cuando salí, un lunes del mes de julio no creí que el verano trajese las gélidas temperaturas que estaba sufriendo aquella mañana. El frío se calaba hasta el alma y la ascensión al Puerto del Acebo, de apenas 900 metros de altitud, ya presagiaba una mañana destemplada.

Mi idea era llegar a Algeciras y una vez allí pasar a Marruecos y conocer el norte del país, aunque apenas tenía información sobre la zona me iría adaptando a lo que surgiera. Era como una idea difusa, sin perfilar y maleable, como la plastilina en manos de un colegial de primaria.   

 

No había recorrido 30 Km. a lomos de la Yamaha Tenere y mi mandíbula no se podía controlar, castañeteando de vez en cuando como si estuviera viajando en pleno invierno. Confiado en que al llegar a la meseta el tiempo se tornaría un poco más agradable decidí no ponerme más abrigo que el que llevaba, aunque también es cierto que en mis maletas solo había camisetas de manga corta. Cargar con ropa de abrigo en pleno verano y yendo hacia el sur no entraba dentro de la dinámica lógica de mi viaje. A pesar del frío circulaba feliz, como cada vez que me embarco en una aventura solitaria en moto. Es una mezcla de pasión y nerviosismo, de la inquietud que supone cualquier viaje por todo lo que lleva implícito. Me resulta muy excitante rodar sin rumbo prefijado, como mecido por las olas y sin tener que rendir cuentas a los compañeros de ruta.  

Dejo atrás Fonsagrada, Cádavo y cuando me quiero dar cuenta ya estoy en la Nacional VI, bajando el puerto de Pedrafita do Cebreiro y con un frío que no me iba a abandonar en toda la mañana. Estos viajes por autovía no tienen nada de especial. Centro toda mi atención en los coches que me adelantan y en los camiones a los que rebaso mientras voy haciendo Km. a buen ritmo. Viajo a unos 120 km/h intentando no castigar demasiado la moto sobre todo teniendo en cuenta que el kit de arrastre está un poco tocado y que la rueda delantera ya está en las últimas. Esto último no me preocupa demasiado porque llevo conmigo un neumático nuevo para cambiarlo cuando sea necesario.  

Después de pasar Ponferrada, me detengo a repostar cerca del Puerto del Manzanal y compruebo, desolado, que he perdido el neumático que llevaba, mal sujeto por lo que se ve, en mi equipaje. Vuelvo sobre mis pasos unos 10 Km. pero la vegetación a los lados de la autovía es muy densa y no consigo encontrarlo. Como tampoco es cuestión de ponerse a rebuscar entre la retama mientras los camiones zumban a mi alrededor, decido darlo por perdido y continuar viaje. 

Intento sonreír pero en vez de eso una mueca absurda se me escapa y me maldigo por mi falta de previsión. No es que me preocupe el precio de la rueda, que también, pero me resulta muy frustrante que situaciones como esta o parecidas se repitan una y otra vez. En Escocia la botella de aluminio con su funda, en Canarias el móvil y así en cada lugar que piso. Es como si me empeñase en ir dejando un rastro de objetos perdidos allá por donde voy. Al final tendré que poner en la nevera la nota de “no olvidar tomar las pastillas para la memoria”.

 

 

 

Paso Zamora, Salamanca y veo que la gente va en camiseta o directamente, sin ella. Yo, sin embargo estoy muerto de frío. Noto el sol que calienta, pero no consigo quitarme en entumecimiento de huesos. Se van alternando tramos de autovía y carretera nacional y los kilómetrso discurren de f
orma más entretenida. 

Por fin, alrededor de las siete de la tarde llego a Mérida, con calor y bastante cansado. He recorrido unos 800 km.  

En un rápido vistazo veo que el neumático delantero se ha gastado más de lo previsto y busco una tienda de recambios. Recalo en Repuestos Sáinz, donde me indican que no disponen de esa medida y que, a esas horas, es imposible tenerlo para mañana. Me resigno a rodar con la rueda casi lisa hasta Sevilla donde me indican la tienda que “tiene de todo”, muy cerca del “Puente de la Expo”.

 

 

Mérida. Plaza de España

 

 

 Entre tanto deambulo sin rumbo por la ciudad. Estoy un rato parado en la plaza del ayuntamiento, la Plaza de España, sopesando la idea de tocar la gaita un rato a ver si saco para la cena. Rápido deshecho la idea porque el turisteo es escaso y quien afloja la mosca en estos casos son los foráneos.

 

 

Mérida. Templo de Diana

 

En otro de los paseos sin rumbo por la ciudad a lomos de la Yamaha compruebo, horrorizado, que la cadena está totalmente destensada y la rueda no va más atrás: los tensores están en el tope. Vuelvo a Repuestos Sáinz y me indican que sí, que tienen un kit de arrastre pero de la Yamaha XT 600. Quedamos para el día siguiente, para comprobar que el kit sirve para mi moto y en caso positivo colocarlo.  

Inmediatamente me voy al camping donde una rubita muy hermosa me da la bienvenida. Me doy un homenaje a base del mejor pollo al ajillo que haya probado en mi vida y me acuesto porque estoy reventado. 

Al día siguiente, vuelvo a la tienda de repuestos donde el mecánico ya se había olvidado de mi y mis problemas con la cadena y me envía a “la otra tienda”, a ver si allí me pueden solucionar “lo mío”, porque él está hasta arriba de trabajo. Yo, que tengo paciencia y me resigno como si fuera cristiano, me voy a la otra tienda donde descubro que el mecánico no está. Con la cadena en estas condiciones no puedo continuar el viaje así que me quedo un poco cariacontecido delante del mostrador. A mi lado, un hombre se ofrece a cambiarme el kit en su taller después de terminar un trabajo que está haciendo. “Estupendo”, pienso, “a ver si vamos enhebrando una buena racha”.


 

 

 

 

taller motos Merida

 

El taller de Julio Campos está detrás de la iglesia de Santa María, en la Plaza de España. Allí, sentado a la sombra del templo, espero, pacientemente la llegada de Julio. El taller está en una antigua bodega y es como un santuario, como un homenaje a todos los talleres de motos del mundo. Al traspasar el umbral te encuentras sumido en un lugar oscuro, lleno de detalles de los años setenta y ochenta. Diplomas de mecánico, (julio es maestro industrial), cursos de mecánica de Ducati, de Derbi, de Sachs… y como presidiéndolo todo un enorme póster de Ángel Nieto a lomos de su Derbi en los primeros años de su carrera. Las herramientas, todas bien ordenadas en el panel de la pared, dan fe de los años que han estado al servicio de la moto.

 

 

 

Un cartel añejo nos recuerda que pidamos presupuesto antes de encargar la reparación para evitar sorpresas. Se ve que Julio, o quizás su padre, Ángel, tuvieron también alguna sorpresa desagradable con algún cliente asustado por la factura. Todos conocemos algún caso.  

Me quedo un buen rato cotilleando el taller y todos los tesoros que encierra y Julio se pone manos a la obra mientras otro hombre, su hermano quizá, trastea con una radio y un ordenador en un rincón del fondo escaneando frecuencias de radioaficionado.

 

 

 

 

 

Una vez cambiados los piñones vemos que la cadena es corta, que no sirve y de nuevo vuelve a bajarme la moral. Parece que me persigue el infortunio. Julio se va a Repuestos Sáinz a ver si tienen otra cadena pero al rato regre
sa con la misma y me comunica que no disponen de otra más larga. Pero como es un viejo mecánico, de los que saben reparar además de poner piezas nuevas, rebusca entre decenas de trozos de cadenas sobrantes de otros cambios hasta que encuentra los eslabones que faltaban. Por fin respiro tranquilo.

A la una de la tarde, después de haberme despedido de mi mecánico favorito, enfilo camino de Sevilla, con un calor sofocante y tráfico fluido. A las cuatro de la tarde estoy en una gran superficie dedicada a los repuestos aunque no es tan “tiene de todo” como me habían dicho en Mérida. Me compro una Michelín Anakee por 74 euros y después de hacer cola un buen rato para pagar el mecánico se niega a colocarla porque es una rueda con cámara y no se arriesga.   

 

No se arriesga a qué, -pienso enfurecido-, a pillarse la polla con los radios?

Salgo de Aurgi en el polígono de Store con muy mala leche, maldiciendo al mecánico o lo que quiera que sea ese maldito “montaruedas” y busco un taller de motos. Así es como llego al concesionario Yamaha en Sevilla, Motos Castro donde, después de una hora y pico salgo con el neumático colocado. En esta ocasión el mecánico me avisa de que tenga cuidado porque la llanta está podrida por dentro y es fácil que pinche la rueda. Ante mi cara de extrañeza me tranquiliza diciendo que no pasará nada, que, como mucho, será un poro pequeño. No me ha puesto una cámara nueva y reforzada porque no tiene ninguna y no me ha pasado un cepillo de alambre por dentro porque no tenía tiempo.

Así las cosas, salgo de Sevilla a las siete de la tarde con el calor apretando aún fuertemente. Después del primer repostaje, a medio camino entre Sevilla y Cádiz, la moto comienza a hacer cosas raras en el tren delantero. Me incorporo en el asiento y al asomarme por encima de la cúpula veo que la rueda está casi en llanta, va pinchada. Apenas tengo tiempo de meterme al arcén antes de que la moto se vuelva casi incontrolable.

Me quito los guantes, el casco, la cazadora y, nuevamente, me resigno mientras me pongo el chaleco de alta visibilidad. En algún momento, iluso de mi, creí que no lo usaría nunca.

Intento salir del paso con el “reparapinchazos”, pero pronto me doy cuenta de que se ha roto la válvula así que decido llamar a la asistencia de mi seguro para que me saquen del atolladero. El teléfono está casi sin batería, (no podía ser de otro modo) y la chica que me atiende me tiene más de 15 minutos dándole datos: matrícula, nombre, apellidos, dni, nº de chasis, nº de póliza, nº de carta verde… todo lo que se me ocurre para que me encuentre en su maldito ordenador. Pero no, mi nombre no figura entre sus bits, a pesar de estar al corriente de pago de todos los recibos. Decide que me llamará más tarde, cuando encuentre mi expediente.

 

 

 

 

 

autopista sevilla cádiz

 

 

 

autopista Sevilla Cádiz

 

 

 Cuelgo y me siento en el arcén mientras a mi lado pasa el tráfico a toda velocidad. Tres moteros pasan zumbando a mi costado mientras me miran, supongo que preguntándose si debían haber parado por aquello de la solidaridad motera. Bebo agua caliente, saco unas fotos y, por fin, después de un rato suena el teléfono. Mi chica de la aseguradora ha localizado mis datos y en tres cuartos de hora tendré una grúa para llevar la moto al taller que yo quiera. Inmediatamente llamo a Alejandro y Guada, de www.porelmundoenmoto.com, dos amigos que están dando la vuelta al mundo en moto y a los que conocí a través de internet. Sé que están en Zahara de los Atunes, en Cádiz, haciendo dinero para continuar su viaje. 

En cuanto le comunico a Alejandro que necesito una cámara para mañana me dice que lleve la moto a Zahara, que él tiene cámara y herramienta allí.  

 

 Tráete la moto que acá tengo de todo para repararla  

 De puta madre! – exclamo– a dónde la llevo? 

 Aquí, delante del Bar el Sur, estamos vendiendo artesanía  

 Pero…. Tienes ahí de todo, contigo?  

 Si, si, no te preocupes  

 Compresor y todo ?

 Que sí, que sí, tráete la moto  

     Pero…  

 Te dejo, te dejo, ya nos vemos. 


Para ser sincero, me quedé un poco extrañado. Cómo iba a tener de todo allí, en el puesto de venta ambulante?. En fin, misterios del mundo motero. Ya veremos.  

Una hora más tarde llegó la grúa y hubo que volver a contactar con los del seguro. En esta ocasión mi interlocutor me indicó que no podía llevar la moto al taller que quisiera, que no podía haber más distancia que a mi domicilio. Cuando le indiqué que mi domicilio estaba a mil Km. al norte decidió dejarme llevar la moto a Zahara de los Atunes, el único lugar donde podía repararla a estas horas.  

Ahora viajaba en el camión camino de Zahara
, mirando la puesta de sol y escuchando los quejidos de Carmen Amaya mientras meditaba sobre lo ajetreado de mi viaje. A mi también me estaba invadiendo la melancolía. 
 

Llegamos a Zahara y, a la entrada del pueblo, un tipo pelado y vestido con un pantalón verde chillón nos hacía señas para aparcar en un descampado. Joder, pensé, los pesados de los aparcacoches están repartidos por todo el sur, han colonizado Andalucía.  

Al preguntarle por el bar El Sur, me responde que es Alejandro y que baje la moto que la llevamos empujando. Después de los saludos de rigor instalamos el taller al lado del puesto de venta de artesanía donde comprobamos que, efectivamente, la llanta estaba podrida por dentro, levantando unas lascas cortantes que habían rajado la cámara. 


 

 

reparando la moto en Zahara

 

 


No acierto a comprender cómo, un mecánico, de un concesionario oficial para más señas, me dejó partir con la llanta en aquellas condiciones. El motivo del deterioro de la llanta había sido, quizá, un spray reparapinchazos usado un año antes y que se había colado entre la cámara y la llanta. Es tan corrosivo que acaba con el aluminio en poco tiempo. A la vista de aquel panorama lo mínimo que podía pasar era que pinchase. Alejandro rascó todo el interior, saneando el aluminio y dejando el aro impoluto. Allí estuvimos, con desmontables, compresor de 12 v. y llaves variadas hasta bien entrada la madrugada. Mientras tanto, yo amenizaba el trabajo con la gaita y Guada vendía pendientes y colgantes en la esquina. Jhonny, un colombiano “recopado” y su mujer, nos acompañaban, conformando un grupo que, aunque heterogéneo, resultaba muy acompasado. Una “trouppe” de lo más variopinto: un argentino, una mexicana, un colombiano, una andaluza y un asturiano tocando la gaita. A nuestro alrededor se montó un simpático baile al son de la gaita y convertimos la esquina en un curioso rincón.


 

 

campamento en Zahara

A las cuatro nos fuimos a dormir cerca de las dunas, colocando las motos y unos cartones a modo de parapeto para evitar el viento de poniente y dejando, de este modo, nuestro transitorio hogar listo para ser habitado. 

Allí tumbado mirando a las estrellas medito sobre si es buena idea continuar a Marruecos, vistos los problemas que me van surgiendo. La moto, a bajas velocidades, hace unos movimientos extraños en el tren delantero, cosa que achaco a los radios, todos flojos sin excepción. Además en cuanto la paso de 5500 revoluciones ratea como si le faltara caudal. Definitivamente no me fío de la máquina y deshecho la posibilidad de pasar a África. 

Hoy ha sido un día muy ajetreado y ya son las cuatro de la madrugada. Me duermo como un niño hasta las diez.


 

 


 

 

 

 

 

Por la noche la Guardia Civil nos hizo una visita, cosa muy frecuente según me cuentan Guada y Alejandro.  

 

– Mira estos hijos de puta, ya se han traído invitados – se dijeron los “milicos”  

Al día siguiente, abandonada ya la idea de “bajar al moro” haraganeo por Zahara de los Atunes con Alejandro que me cuenta mil y una batallas de sus cuatro años de viaje continuo por el mundo. Tan pronto me habla de Cabo Norte como de Brasil o de su paso por Usuaia. Yo, embelesado, no pierdo detalle y me imagino a mi mismo rodando por esos parajes solitarios pero sabiendo que yo no sería capaz a embarcarme en un proyecto de semejante envergadura. Demasiadas cosas son las que me atan aquí para levantar vuelo y dejar atrás mi vida. Para mi hay asuntos irrenunciables.


 

 

 

 

 

 

Nos vamos a comer a Barbate donde nos encontramos con una viajera incansable, Lola Orcha una trotamundos profesional que ya ha visitado más de 50 países en los últimos años. Ahora regenta junto con su marido libanés el restaurante La Esquina del Toffe, en el paseo de la playa. En tan solo unos minutos nos bombardea con flashes de sus viajes y me quedo alucinando. En una de sus aventuras en Katmandú conoció al famoso Bernardino Rosendo, otro loco de Cádiz que se dio la vuelta al mundo en una Cagiva Elephant. El caso es que yo ya había leído la historia de Bernardino en su viaje de Cádiz a China en una 125. Definitivamente, el mundo es un pañuelo.

 

 

 

Marismas de Barbate

 

 

 

 

 

Por la noche volvemos a la esquina del Bar El Sur, en Zahara, a instalar el puesto de venta y a tocar la gaita un rato.

 Después de un rato de rebujitos y muñeiras un gaditano salió del bar y me espetó

  Quillo, deha ya de joder con la gaita, cohone!

 La verdad es que me quedé un poco a cuadros pues en el último año he mejorado mucho y toco sensiblemente mejor de lo que lo hice en Escocia, pero bueno, siempre hay algunos para los que el arte es morirte de frío.

 Cuando terminé la pieza entré en el bar tras el zahareño antigaiteros para pedirle disculpas si lo había molestado. El “chavón” cuando me vio entrar se quedó serio, sobre todo cuando lo encaré y me dirigí hacia él con paso firme. Después de atravesar todo el bar llegé a su altura el y dije

  Eres tú el de la gaita?

  Si hombre- dijo con timidez- e que, entre el pitío de la gaita y la múzica aquí ze vuerve uno loco.

 Parece que se le habían diluido un poco los arredros iniciales al verme entrar en el bar en su busca.

 Le pedí disculpas si lo había molestado y allí lo dejé con su cubata escuchando los lamentos desgarradores de la musica “jonda”. Hay artes que chocan.

 Por la tarde se habían unido a la trouppe una pareja amigos de Alejandro y Guada que también venden artesanía. Los cinco montamos de nuevo en campamento al lado de las dunas y pasamos otra noche al raso.

 Al día siguiente me dirigí  hacia las Sierras de Cazorla y Segura atravesando para ello, los llanos de Tarifa donde el viento de poniente desafiaba mi pericia sobre la moto. Atravesando la planicie había momentos en los que la moto estaba de lado para contrarrestar la fuerza del viento. Cuando estaba concentrado en la tarea de no caerme con el viento, pasaron a mi lado dos motoristas de Tráfico y el que iba en último lugar me saludó con la bocina. Era la primera vez que me ocurría tal cosa y me hizo ilusión. Hasta ahora lo único que me habían hecho había sido interponerme denuncias. Pero aún me llamó más la atención el hecho de que me adelantasen a bastante velocidad con aquel viento mientras que yo me las veía y me las deseaba para avanzar con un mínimo de dignidad. Abandonado definitivamente el decoro en la conducción, después de varias decenas de kilómetros salí de la zona ventosa y volví a los calores andaluces de rigor.

 Sin ningún percance llegué a la Sierra del Segura al atardecer, después de haber soportado el sofocante calor de Jaén y sus olivares.

 El paisaje es muy peculiar y se me antoja de un exotismo fuera de serie. Las colinas y montañas de escasa entidad están cubiertas de olivares que, perfectamente alineados, se extienden hasta donde alcanza la vista. Conforme me voy adentrando en la Sierra el paisaje va cambiando y los olivares dejan paso a los pinares y encinares. La temperatura se va tornando más llevadera y una vez en mi destino me dedico al “dolce fare niente” . Me merezco un descaso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sierra de Segura

 

 


El viernes por la mañana decido regresar a casa porque los calores rigurosos de este sur veraniego me están reblandeciendo el seso. En un principio iba a dividir la etapa en dos, pero en el último momento sopeso la posibilidad de hacerla de un tirón. Así en poco más de tres horas estoy inmerso el la vorágine del tráfico de la M-40, intentando rodear Madrid y haciendo slalom entre los coches. En el arcén de la M-40 me encuentro a un “custonero” con rostro suplicante y desencajado. Reduzco la velocidad y le hago una seña preguntándole su todo está bien. Él me contesta con una indicación para que pare. Mientras saco gasolina del depósito de la Tenere el chico me presenta a su máquina, una Ural chopper de lo más curioso. Pero más curioso es que la chica que venía con mi amigo el de la Ural ha sido empaquetada a otro motero solidario que acudió en auxilio del primero.

 

  Oye, pero tu chica se va con ese?– pregunto.

 

  Si, mejor, estoy hasta los cojones de ella. Es una pesada. Que le den por el culo. Ahora ya no tengo prisa

 

 

Terminamos la operación de transvase y me despido a toda velocidad que aún me quedan 500 Km. por delante.

 

 

 

 Unas horas más tarde estoy tomándome un riojita en una terraza de mi pueblo, aún con el pantalón de cordura puesto, por aquello de tener algo de cordura por el qué dirán.

 

 

 

 

 

 

 

mapa ruta

 

Más fotos del viaje 

 

Y el Cosi de Cái