Han pasado cinco horas y ya estoy levantado. Por fin ha dejado de llover y un tímido sol se asoma entre las nubes. Aún sigue sonando el acordeón que no ha dejado de hacerlo en toda la noche. Me pregunto qué clase de energía acompaña al acordeonista que ya ayer tenía una considerable dosis de cerveza.

Los malabaristas del fuego, aún llenos de mugre y oliendo a queroseno, continúan con su ingesta alcohólica y una litrona va pasando de una mano a otra. Nos saludamos efusivamente, como corresponde a su estado etílico y charlamos un rato. Hoy, o mañana, volverán al Pirineo y la semana que viene irán a actuar a París. Luego a Italia, luego a Hungría. Sus maquillajes, ya desvahídos a esta hora de la mañana, no consiguen esconder la cara de cansancio. Otra cerveza, silvuplé.
Aline saca el acordeón, otro la gaita bretona, otro el diatónico, otro el violín, otro la guitarra…cuando nos damos cuenta estamos tomando vino, cerveza y de nuevo, la fiesta.

De mala gana despierto de este nuevo estado de sana holganza y comenzamos a preparar el equipaje. La tienda, los sacos, las colchonetas, los trajes de agua, todo se halla desparramado en el lugar de la acampada.
Nos despedimos de nuestros amigos y volvemos a la carretera después de una noche memorable.

Hoy no estamos para grandes trotes as íque decidimos quedarnos a dormir en Pontivy, a menos de doscientos kilómetros, después de haber visitado Carnac y sus alineamientos megalíticos. El sol de la mañana ha dado paso a un día plomizo y soso que se complementa con largas caravanas domingueras. Ayer nos dijo el tendero que el domingo "tout le monde a la maison" pero parece que a estos miles que hoy han salido con el coche la regla no se les puede aplicar. Me pregunto a dónde van o de dónde vienen todas estas personas usando las mismas carreteras secundarias que nosotros creíamos solitarias. De nuevo, nada que juzgar. Allá cada cual con su paciencia. Superamos las caravanas con facilidad aprovechando semáforos, entradas en pueblos o, simplemente el parón en una de las cientos de miles de rotondas que existen en el país galo.
Dejamos atrás los megalitos, muy poco concurridos este domingo a causa del tiempo desapacible y continuamos hacia el norte, en dirección al albergue de Pontivy donde, después de cenar nuestro primer dönner kebab del viaje y tras un corto paseo, nos vamos a la cama a recuperar horas de sueño. Hago mi primera conexión a internet solo para constatar que el mundo sigue su curso sin nuestra presencia. Los problemas que quedaron atrás siguen en el mismo punto donde los dejamos. Esta es una huida de ida y vuelta que servirá para limpiar la mente por unos días. ¿Es suficiente?. No lo sé, pero sí necesaria.