A las cinco de la mañana me despierto con una tremenda cagalera y me paso el resto de la noche correteando hacia el baño.
El hecho de que amanezca a una hora tan estúpida como las cuatro y media de la mañana ha cambiado mis hábitos matutinos, de natural poco madrugadores. A las siete ya estoy integrado, casi con pleno derecho, entre el resto de la humanidad, habiendo quedado atrás la vida onírica y recoletamente ínitima de las sábanas.
En el hospital el paciente está en su sesión diaria de radiografías. Afortunadamente no lo dejarán calvo. Ha venido a vernos un monje muy simpático que nos habla de sus tiempos jóvenes en Roma con dos “hermanos” españoles, uno valenciano y el otro vasco. Eran momentos de lucha por las libertades, de plantar las semillas para que los jóvenes de ahora recojan el fruto y sigan luchando. Seguramente hace unos años despreciaría la visita del religioso y, probablemente, abandonaría la habitación con un mohín de desaprobación pero ahora, no sé si por la edad provecta hacia a la que, inexorablemente avanzo, o por tener una anchura de miras más amplia, no solo soporto su presencia sino que la disfruto. Desde que tengo el certificado de excluido de la iglesia católica, en forma de carta del obispado en que se me reconoce mi apostasía, todo lo que huele a bondad espiritual me parece digno de respeto y admiración. Sobre todo si huele a santidad sincera, claro. Sigo sin admirar a las hordas de cristianos que, a pesar de serlo, hacen caso omiso de su religión y toman de ella únicamente aquello que les interesa, creando un Dios y una religión a su medida, despreciando a los demás y prostituyendo las enseñanzas de su profeta. Sigo abominando a los fanáticos que corrompen el humanismo del hombre. Pero respeto y siento verdadera devoción por aquellos que siguen las enseñanzas de sus profetas y que vien con devoción el respeto religioso hacia los demás.
Le traigo un regalo de cumpleaños a Gelu. Es un pin plateado del Valle de Schalanders con un edelweiss, la flor de los Alpes. Queda muy agradecido pero su cumpleaños es mañana.
Desde la ventana de la habitación observo los cientos de golondrinas que tienen sus nidos en la fachada del hospital. Los han colocado en la parte superior del hueco de cada ventana, inaccesibles y resguardados de los elementos. Sus vuelos frenéticos, con acrobacias imposibles, le dan un toque especial a toda la fachada. Hay cientos de ellas. Desde la ventana admiro lo que promete ser otro día de cielos abiertos y calurosos. Probablemente sea el último porque la predicción meteorológica anuncia lluvias copiosas en el norte de Italia. De repente, mientras poso mi mirada perdida en lo alto de las montañas sinto unos enormes deseos de salir de nuevo a la carretera y atravesar otros paisajes, de correr nuevas aventuras cotidianas. Prefiero, eso sí, que sean más mundanas y con menos sobresaltos. Ya no necesito elevadas dosis de adrenalina después de esta semana aciaga.

Hoy he salido del hotel en chanclas. Ya no me queda ropa limpia. Ni calcetines, ni calzoncillos, ni camisetas… creo que ha llegado el momento de hacer la colada. Lavaré mi ropa delicada a mano en el bidet del baño de mi habitación. La otra también.
Mientras tomo una cerveza y navego por internet en la terraza de la calle me entero de que esta noche hay un concierto de rock a pocos metros de donde me encuentro ahora. Toca un grupo local llamado Shocking Minds y celebran, creo entender, algo así como el final de las clases. Será una buena oportunidad para salir de la rutina.

Al ritmo de los Who, de AC/DC o de Steppengwolf voy trasegando cervezas y sacando alguna foto. En el descanso charlo un rato con el cantante y le cuento nuestra aventura en su pueblo. Me dedican una versión muy buena del “Born to be wild”. Al término de la actuación conozco a Bruno, uno de los “gruppies”. Lleva dos años estudiando español y, la verdad, no ha perdido el tiempo. Tiene una conversación fluída y un amplio vocabulario. Se va a ir a Uruguay dentro de unos días.Me voy a la cama un poco pedo