“No hay satisfacción espiritual más grande, ni estado de felicidad más grandioso que deslizarse por las montañas en motocicleta, saboreando las mejores cosas de la vida. Es entonces cuando puedo entender porqué el quetzal solo puede vivir si está libre para perseguir sus sueños. Los que no han estado en el asiento de una motocicleta oyendo en ronroneo del motor y sintiendo el aire vigoroso de la montaña en la cara, y no han cogido el acelerador para ir en busca de rutas desconocidas se han perdido una de las más sublimes experiencias de la vida. Pero el que prueba esta dicha alguna vez sigue deseándola para siempre. Y, como el quetzal, nunca puede reconciliarse completamente con la vida doméstica del gallo de corral que no sabe de el significado de una existencia despreocupada y alegre”

Danny Liska

 

 

Muchos de nosotros creíamos saberlo todo, o por lo menos lo más importante, en el mundo de los viajes en dos ruedas. Conocemos, tanto por internet como por libros y revistas, a lo más granado del panorama “biker”, los aventureros con más arrojo y los que han recorrido miles de kilómetros a lomos de su moto. Hablar de Helge Pedersen, de Emilio Scotto, de Ted Simon, del matrimonio Ratay o de Grant y Susan Jhonson no sólo no se nos hace raro sino que glosamos sus hazañas con tanto desparpajo como si nosotros mismos las hubiésemos vivido. Pero bueno, somos así, gente rara que disfruta incluso con los viajes de los demás haciéndolos un poco suyos.

Estamos hechos, decía, unos expertos que conocemos a todo aquél que hay que conocer y que pinta algo en el mundo del mototurismo, (no he mencionado más arriba a Lonewolf y resto de valores patrios por dejarlos para otra andanada del blog), pero, aún así, uno siempre encuentra a alguien que, no solo ha hecho algo especial sino que además, lo ha contado.

El 1959 Danny Liska, un corpulento granjero de origen checo que vivía en un rancho de Niobara, Nebraska, sucumbió a la llamada de la carretera y se embarcó en un viaje épico que nadie había realizado hasta entonces, un viaje que le obsesionaba desde niño cuando, en los años cuarenta, la Standard Oil dejó en su buzón un folleto con un mapa. En él, profusamente ilustrados, figuraban todos los países por los que circulaba la Carretera Panamericana. Desde entonces deseó recorrer todos aquellos lugares que se extendían a lo largo de esta mítica ruta, una enorme línea roja que corría de Norte a Sur y que prometía aventuras si fin para la mente de un niño.

A los dieciséis años se compró su primera moto, una Harley de setenta y cuatro pulgadas cúbicas con brusco embrague de los años treinta que había dejado cojo a su anterior propietario. Después de una caída con su hermano, que rompió la clavícula, su padre lo convenció para que comprase una moto más segura y él comprendió que conservar su vida era importante para viajar. Así que, aún dolorido por la última caída, se deshizo de ella para comprar algo más domesticado. Así se hizo con Rosita, otra Harley Davidson del 48 que hubo de cambiar al casarse con Arlene y su delicada espalda. Sin embargo La nueva “Hydra-Glide” era un “cerdo verde” que nunca resultó de su agrado.

La moto definitiva llegó el 1958 y fue una flamante BMW R60 que resultó óptima para viajar.

En verano de 1959 puso rumbo al norte y llegó al río Yukón, en Alaska. Allí, más arriba del Círculo Polar Ártico, mojó la rueda delantera de la moto en el agua helada y dio media vuelta para rodar en pos de su sueño. El destino: Tierra de Fuego.

Al final del verano, cuando los días comenzaron a ser más cortos, desmontó definitivamente su tienda de campaña y volvió al rancho de Nebraska donde lo esperaba Arlene, su esposa, pero en su cabeza bullía algo muy distinto a la idea de pasar el resto de su vida en el apacible rancho familiar.

Cuando aún no habían pasado seis meses, al principio de la primavera de 1960, Danny ya estaba rumbo al sur persiguiendo su sueño y siendo el protagonista de las aventuras más disparatadas que uno pueda imaginarse. Atravesó los EE.UU. rápidamente y disfrutó de una azarosa estancia en Ciudad de México, donde participó en una manifestación contra la política norteamericana en Cuba y en la que tuvo serios pro
blemas con las masas por su condición de norteamericano. Escaló el Monte Popocatepelt, la primera de sus hazañas, en condiciones de lo más precario y desde la cima comprendió que no había marcha atrás y que su sino era continuar siempre hacia adelante.

En Guatemala se quedó por espacio de un mes, buscando la ciudad perdida de Tikal, hoy destino turístico de primer orden pero a principios de los sesenta un infecto agujero en medio de la selva. Aún tuvo tiempo de viajar a Belice antes de entrar a El Salvador justo en mitad de una serie de disturbios políticos que se gestaban en el marco de la dictadura militar. Parapetado detrás de su cámara fotográfica y siempre desplazándose a lomos de su BMW, Danny fue sorteando todos los obstáculos. Dejó atrás Nicaragua y Honduras, y en Costa Rica se encontró con la sorpresa de que su esposa Arlene se unía a la aventura. Juntos, prosiguieron el camino hacia Panamá, en plena época de lluvias, con ríos desbordados y puentes que no existían. La moto hubo de quedar por el camino y la pareja prosiguió hacia la Ciudad de Panamá, en canoa, en tren bananero y en autobús. Allí Arlene enfermó y tuvo que regresar a los EE.UU. dejando a Danny en la aventura de recoger la motocicleta.

El Tapón de Darien aún hoy interrumpe la carretera Panamericana y los desplazamientos por esta zona del globo siguen siendo muy complicados. Danny embarcó su moto hacia Medellín, en Colombia y se dispuso a realizar la “Ruta de los Contrabandistas”, trescientos kilómetros de selva que habrían de ser realizados en canoa y a pié. Allí conoció a tribus indias que apenas tenían contacto con la civilización, algunas conocidas por sus costumbres caníbales y, después de mil y una peripecias, consiguió salir del Tapón de Darien y entrar a Colombia por Puerto Libre, habiendo superado con éxito uno de los, aún hoy, lugares más inaccesibles del planeta.

En Ecuador conoció a otro intrépido motociclista, Ralph, con el que viajó por Chile y Perú donde siguieron caminos distintos. Luego prosiguió por Argentina hasta Usuaia donde, sin dinero y con el viaje terminado, aún tuvo tiempo para participar como extra en Taras Bulba, una película de Yul Briner ambientada en la estepa Siberiana pero rodada en las Pampas argentinas.

Durante los dos años que duró el viaje algunas revistas especializadas fueron publicando crónicas sueltas, incluso la fábrica BMW usó sus fotografías para ilustrar anuncios que publicaba en las revistas del sector.

El 2 de enero de 1962 regresaba a su rancho de Nebraska pero antes de un año ya estaba de nuevo sobre la moto, una BMW nueva que la fábrica le había proporcionado para hacer el viaje Cabo Norte – Ciudad del Cabo.

De la primera de sus aventuras tenemos amplia e ilustrada constancia gracias a su libro “Dos Ruedas a la Aventura”, publicado en 1989 por la editorial propia BigFoot. En él nos da cumplido detalle de sus correrías por las dos Américas, sus encuentros con el variado paisaje humano y sus profundas reflexiones sobre la vida, sobre la moto, sobre su particular visión del mundo. Para mi es, sin lugar a dudas, el mejor libro de viajes en moto que haya leído nunca, toda un ejercicio de reflexión, una obra en la que cada página nos sorprende con una nueva peripecia. Muchas de ellas podrían parecernos inverosímiles, como si la vida de Forrest Gump se tratase pero la profusión de fotografías que aparecen en sus más de setecientas páginas no ofrece lugar a dudas.

La versión es castellano es una de esas joyas difíciles con conseguir y que ha llegado a mis manos como por arte de magia gracias a una buena persona. La edición en inglés, aún sin ser tan difícil de conseguir como la anterior, es también una “rara avis” en las librerías del mundo y su precio ronda los 250 dólares. Tan sólo he localizado nueve ejemplares, todos en inglés.

A Danny le diagnosticaron una leucemia en 1992 y murió en su rancho de Niobrara en el 95, una vida intensa truncada de forma abrupta.

Ahora solo resta que alguna editorial decida rescatar del olvido a Danny Liska, personaje singular donde los haya y de gran calado humano.

 

 

PD.: Danny Jay Liska figura en el libro Ginnes de los Récords como la primera persona que cruzó, por tierra, desde Alaska hasta Tierra de fuego.