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Bajo tan rebuscado y, aparentemente contradictorio, título, se esconde un libro de los más extraños que he tenido el placer de leer. Vaya por delante que la obra es un ensayo filosófico y que muchos de sus páginas se me hicieron difíciles o imposibles de comprender por disponer yo de una limitada capacidad de discernimiento en esto de la filosofía. 

Adentrarse en las profundidades de la mente, de las relaciones humanas desde el punto de vista de la filosofía se me hace harto complicado y, quizás por ello, aún más atractivo.

Robert. M. Pirsig nos desgrana, de forma magistral, una particular forma de ver el mundo y de ver a los demás, siempre bajo el punto de vista del Zen y siempre bajo el prisma particular que supone comparar la forma de ver la vida con el mantenimiento de una moto.

El libro comienza con el viaje que, por EE.UU. realizan un padre y su hijo de once años junto con una pareja amiga. Ya en las primeras páginas nos encontramos con unas máximas que, por fuerza, hemos de compartir sin reservas:

«pasando las vacaciones en moto, se ven las cosas de un modo totalmente distinto a cualquier otro. En un coche se está siempre en un compartimento, y como estamos acostumbrados a ello no nos damos cuenta de que todo lo que vemos a través de esa ventanilla de coche es tan sólo más televisión. Somos observadores pasivos y todo se mueve, monótonamente, junto a nosotros dentro de un marco.

En una moto, el marco desaparece. Uno está completamente en contacto con todo. Estamos en el escenario, y no sólo contemplándolo, y la sensación de presencia es abusadora. Ese hormigón que discurre a unos centímetros por debajo de nuestro pies es lo real, el mismo material sobre el que caminamos, está ahí, tan borroso que es imposible enfocar la vista en él, y sin embargo podemos bajar el pie y tocarlo en cualquier momento, y todo esto, toda esta experiencia, nunca se aleja de una constancia inmediata»

 

Sin embargo no tardan en aparecer las primeras disquisiciones filosóficas y, aunque no lo haga de forma clara, podemos ver, subrepticiamente, todo el paralelismo que hay entre la atención que el protagonista le presta a la moto y el Zen. Bastan unas pequeñas nociones de budismo o una ligera idea de lo que es el Zen para sentir su hálito en cada página que leemos.

A la vez, Pirsig nos va contando el viaje, siempre sin incidir gran cosa en los demás protagonistas humanos del viaje y sí centrándose en paisajes, sensaciones, olores, vibraciones… 

El ensayo es un viaje al interior de uno mismo, un viaje, sobrecogedor en ocasiones, el pos de lo único que todos los seres humanos podemos perseguir sin excepción y que todos tenemos en común: nuestra propia naturaleza de seres humanos como parte indivisible de un todo. Todo interelacionado, todo es lo mismo y todo es la nada. Una visión cosmológica que se contrapone a antropocentrismo como única visión.

La actitud con la que enfocamos el mantenimiento de la moto, el viaje, o cualquier otra actividad está íntimamente relacionado con la respuesta que damos a preguntas como el fin último de nuestra existencia.

El libro es difícil de conseguir en las librerías, de hecho solo lo encontré en Pérez Galdós de Madrid al exorbitante precio de 46 euros. Afortunadamente Rodrigo, que lo había encontrado en la sección de alimentación del Mercadona a precio irrisorio, tuvo a bien prestármelo para leerlo con delectación.

Para terminar esta breve reseña lo haré con palabras del autor:

» (…)» el libro, en modo alguno debe relacionares con ese gran cuerpo de información referente a la práctica ortodoxa del budismo Zen. Tampoco en lo tocare a las motocicletas»

 

Para mi, sin embargo, es ambas cosas.